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viernes, 24 de mayo de 2013

José Luis Gómez Toré: Fragmentos de inmensidad


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Fragmentos de inmensidad
Antonio Gracia
Editorial Devenir

El título general, Fragmentos de inmensidad, así como el de cada una de las secciones en las que se divide el poemario ("Homo semens", "Homo scriptor", "Locus horribilis", "Locus amoenus") apunta a un principio estructural del libro que se plantea como un juego de antítesis y conciliaciones, a la manera de una pieza musical tocada a veces con acento dramático que evoca la música verbal y el desencanto amargo de un Quevedo y otras, con la música serena y callada de fray Luis (no creo, a este respecto, que las frecuentes menciones al arte musical sean únicamente el signo de una predilección estética: el libro, unitario y diverso a un tiempo, tiene algo de composición sinfónica, articulada mediante un inteligente uso de recurrencias y variaciones). Hay en la escritura de Antonio Gracia (Bigastro, Alicante, 1946) una voluntad de aunar poesía y pensamiento. Sin embargo, no estamos ante una propuesta intelectualista. El punto de partida para el pensamiento reflexivo es siempre la emoción, una emoción que a veces escora hacia el entusiasmo vitalista (sobre todo, en la primera sección) pero que, con mayor frecuencia oscila entre la serena aceptación estoica y la melancolía.

No podemos pasar por alto la palabra "fragmentos", presente en el título, porque en ella se nos otorga una clave importante para adentrarnos en el mundo poético de Gracia. Si en ocasiones el fragmento parece remitir al escepticismo posmoderno ante la totalidad, con mayor frecuencia se sitúa ante la vivencia romántica del fragmento como parte de un todo, que, aunque se hurta al individuo, se insinúa en la intensidad del abrazo erótico o en la calma de la contemplación. Hay así también una comprensión del lenguaje poético que no es ajena a la tradición simbolista, lo que se trasluce por ejemplo en la equivalencia entre libro y mundo.

Como señala Luis Bagué en su espléndido prólogo, "Fragmentos de inmensidad establece una poética a medio camino entre el espejo y el espejismo, las cenizas de la identidad y el desvelamiento de la condición humana". En la primera sección el erotismo ofrece una plenitud vital que parece ausente de cualquier otra realidad: "He buscado en el mundo y en los libros/ el sentimiento pleno, la religión más alta,/ y los hallé en el fondo de tus ojos/ y en el abismo breve de tu carne". Sin embargo, la sección "Homo scriptor" nos muestra un sujeto poético más desencantado, que encuentra en la cultura, si no el entusiasmo de la carne, sí al menos el consuelo de una belleza que suena como una promesa de armonía entre el ruido de un mundo a menudo hostil: "Si detener pudiera la vida en ese instante/ elegiría ser el acorde infinito, / un cuadro inacabable, un verso inextinguible". No obstante, en ocasiones la escritura parece revelar una realidad escondida como en el poema "Verklärte Nacht": "Como si el alma fuera a eternizarse, / estalla el codicilo / y el espejo repite el universo".

Las dos últimas secciones "Locus horribilis" y "Locus amoenus" plantean, en dramático contraste, la necesidad de habitar un lugar propio, un espacio donde recomponer los fragmentos desgajados de una individualidad siempre asediada: los bosques arrasados de la égloga clásica aspiran a recuperar su condición paradisíaca pero ese camino sólo será posible a través de la asunción del dolor y de la muerte. Como escribe Luis Bagué, "Antonio Gracia aspira a levantar el himno en la elegía". El poeta se impone la labor de una vigilancia constante sobre la realidad para descubrir en ella la presencia efímera de la epifanía: "Tal vez no fuera un dios aquella esfinge/ de estruendoso silencio. Pero, al fin,/ sus sosegados ojos me miraban". Hay en la cuidada escritura de este libro un esfuerzo constante de transfigurar la angustia existencial en serena aceptación de lo real. La difícil conquista de la serenidad implica también mirar cara a cara a la muerte, de la que probablemente el yo concreto no pueda salvarse. Sin embargo, el yo lírico en su precaria temporalidad sabe encontrar rastros de lo eterno en la naturaleza, que se muestra en el paisaje pero también en el breve espacio del cuerpo amado, así como en ese esfuerzo por perdurar que se revela en la obra artística.

                                                                                           
José Luis Gómez Toré