CORPORALES Y SÓRDIDOS
Manuel Parra Pozuelo
Vitruvio.
La sordidez de un tiempo represor de la carnalidad de todo cuerpo, al fin consolador de su concupiscencia mediante la escritura de sus sueños. Así podría calificarse el sema y flujo de este libro, que parece aunar dos por el distinto verso y verbo en que se escribe, y que acaban en uno confluyendo. Pues, efectivamente, es un recordatorio enumerativo del despertar adolescente a la sexualidad, con su anecdotario insinuado y su persecución por la represiva sombra de la Iglesia, además de un gozoso paseo libertino por la realización de la lascivia excomulgada. Culpa impuesta por los edecanes del infierno y autoliberación voluntariosa.
El orden se nos ofrece inversamente: primero, el paraíso soñado del que se expulsó al autor; su afán y su liberación del recato podría resumirse con estos versos de Quevedo: ¡Ay, Floralba! Soñé que te ... ¿Dirélo? / Sí, pues que sueño fue: que te gozaba! Después, el mundo en el que se vivió la adolescencia: adolescencia que sigue perviviendo en la madurez del que ahora escoge la pluma para exorcizarla.
Aunque sea un libro erótico, en la línea de Nicolás Fernández de Moratín, por ejemplo, o los Sonetos lujuriosos de Pietro Aretino, desdeñadores del buen gusto, Manuel Parra Pozuelo no quiere abandonar su oriundez social: y así, a la vez que se sujeta a la estructura del soneto para ensalzar los gozos, se aligera en un decir más directo al socavar las lindes de la sociedad que constriñó su libertad. De modo que si es este un libro de poemas lascivos también lo es de poesía social. No hay solo testimonio de la pulsión erótica, sino de la dictadura que se ejerció igualmente en la íntima parcela de la carne y el espíritu.
Unos versos de dos poemas sucesivos resumen esa huella indeleble (p. 58-59):
Desolada tragedia
que aún hoy está en los ojos
que hacia el pasado miran.
(...)
Y mi dolor de entonces
en sus aires retorna.