En el principio el uno se hizo todos y fuimos separados de las bestias. Una incipiente Nada Oscura urdió la conciencia de que éramos distintos a las piedras, al árbol y a las aguas. El mundo era mayor que nuestra mente: Somos una respuesta que pregunta. Alguien dijo que el nombre del misterio era Divinidad, Arcano, Magia. Primero fue la tierra, luego el cielo aclarador de todos los enigmas. Un cosmos sin principio o transmutable, un bigbánico tiempo atemporal, una causa incausada -¿pero cómo?- en un lugar sin límites- ¡y cómo si todo espacio y tiempo necesitan otros en los que ampliarse eternamente y no hay eternidad que sea eviterna! Todo se concertó contra nosotros. La tormenta dispuso sus arietes y nuestro nombre fue el de antagonistas. Puntas de hueso, pedernales, hierros, obsidianas y flechas, fuegos, odios... todo fue un enemigo de la vida, el tasajo carnal de nuestro espíritu. De pronto el corazón fundió pasiones, carnalidades y espiritualimos, concupiscencias físicas y síquicas, bienes todos mostrencos del amor. Un insomne cometa me arrastraba. Yo me introduje en mí titaneando como un saurio de luz, como una antorcha seduciendo cavernas y aerolitos. Y encontré un monstruo que he llamado yo. Preguntas sin respuesta me acosaban. Así brotaron las mitologías, las babeles y las cogitaciones. Las brasas del dolor incandescente me efigiaron el rostro de Caín. Somos una respuesta que pregunta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario