DESPUÉS DE DOS -Y AUN TRES- décadas se separaron. Mucho se habían amado; pero todo lo arrasa el tiempo con su furia.
Si dichoso fue el hecho de que se encontraran, desdichado fue el modo en el que se despidieron. La generosidad de uno y el descreimiento del otro no hallaron la manera adecuada. "Yo te querré siempre", había dicho uno; "no me mientas porque creas que el amor no debiera acabar", decía el otro.
Olvidaron que toda historia tiene un final y se habían despedido ocasionalmente demasiadas veces sin haber aprendido nada de ellas. Ahora parecía la definitiva. No sabían que las historias acaban mal porque la esperanza es inacabable. Hay que separarse como personas y no como ex-enamorados. Como agradecidos por la dicha recibida y no culpando y reprochando no haber recibido más. Mejor es que el amor se convierta en amistad que en enemistad.
Aquí estamos, como si nos hubieran amputado los brazos. Yo acompañado de mí mismo, con nadie alrededor. Tú con los tuyos, con soledad de acompañada. Ambos con soledad síquica. Los dos fingiendo que nuestro próximo abrazo no es el de la muerte.
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