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martes, 2 de abril de 2013

La estrategia del enamoramiento (Actualidad de La Celestina, II)

Tema de Romeo y Julieta

2.-  La estrategia del enamoramiento.- 

En medio de esa sexocracia clandestina, Celestina se sirve de la lujuria y el dinero para “conquistar” a los criados, y del carpe diem para enamorar a Melibea: la vituperación de la vejez y el enaltecimiento de la hermosura y juventud, tanto suyo como de Calisto, o sea: lo que debe sufrirse y lo que puede gozarse. Quienes consideran que el amor apasionado de Melibea solo es inteligible y aceptable como consecuencia de las artes mágicas de Celestina desconocen el alma humana y el arrebato en que se constituye y es el amor. El estallido que se produce en el corazón les parece tan excesivo e increíble -tal vez es que nunca lo sintieron o, como la propia Melibea antes de tratar con Celestina, se prohíben sentirlo- que necesitan la coartada de la hechicería y los filtros amorosos -como en “Tristán e Isolda”- para darle crédito. Pero recurriendo a la magia matan la grandeza de lo que admiran: la humanidad de un mundo de pasiones en el que naufragan, por su misma dimensión incontrolable y anhelante, Melibea, Calixto, Celestina y todos los demás que han probado su incendio. Pero no es que la magia haga posible el amor, sino que la fuerza del amor ha descotidianizado la naturaleza efímera y superficial haciendo emerger su vigor latente sujeto a leyes sin normas: magia. Amar como Melibea no es artificio ni hechicería, sino condición humana. La atracción pasional amorososexual de Calixto y Melibea es real y no recurso literario porque el amor-sexo es ley de naturaleza, y así lo sabía el Arcipreste cuando escribe: Como dice Aristóteles y es cosa verdadera, / el mundo por dos cosas trabaja, la primera / por aver mantenencia; y la segunda era / por aver juntamiento con hembra placentera; y así lo sabe Rojas cuando dice Celestina: Dos conclusiones son verdaderas: la primera, que es forzoso el hombre amar a la mujer y la mujer al hombre ... (I).

         Melibea es un personaje nacido de la concepción del mundo como una Arcadia, como la Edad de Oro de la que habla Don Quijote a los cabreros, colocada en medio de dos prostíbulos -el de las prostitutas y el de los “hombres de bien”-, y que, tras el conocimiento del amor tal como la sociedad lo ha tergiversado, acaba aceptando que el mundo y sus teoremas son nada más que un comercio. Melibea es un personaje humano porque se debate entre la pasión y la reflexión y actúa una vez que ha resuelto el conflicto entre animalidad y racionalidad, decidiéndose a vivir sexualmente su amor a pesar de las convenciones sociales represoras y procurando no airear su repulsa de las mismas. Finge porque la vida se lo exige, no porque tenga el fingimiento como profesión o personalidad, como le ocurre a los demás. (Así puede constatarse cuando, llevando las riendas de la consciencia, utiliza a Celestina para llegar hasta Calixto, aunque, demorándose en melindres y arrumacos sobre la ropa, deje creer a este que es él quien decide: Señora, quien quiere comer el ave, primero le quita las plumas (XIX).

         Si hay un personaje que evoluciona sicológicamente, ese es Melibea: desde la primera escena maldice de Calixto porque le propone el “ilícito amor” -el sexo-; luego, llevada por la estrategia de la alcahueta, tanto como por su impulso pasional, va adquiriendo conciencia de su propia sensualidad, concierta una cita secreta con Celestina (IV) y logra, mediante un acto de voluntad, engañar a su madre (IV, X), vencer su temor a perder la honestidad (X) y entregarse a la amorosa lujuria -o la lascivia enamorada- del encuentro con su amante (XIV). La “honra” -la imposición social- deja paso, tras el desmayo que sigue al conocimiento de que su enfermedad se llama amor y su medicina Calisto, a la libertad natural: al lamento del principio del acto X -esencial para la comprensión de la obra y contenedor del tránsito melibeico y renacentista- de que la mujer no puede proclamar sus ansias se sucede el canto del choque de los cuerpos como expresión de una nueva concepción de la existencia donde no rigen Dios ni las cohortes eclesiásticas sino el individuo: el antropocentrismo vencedor del teocentrismo. Y eso a pesar de que el trágico final (el “unhappy end” ineludible en los hijos del imperio eclesiástico) anota que la realidad continuaba contrariando la necesidad de cambiarla. Rojas nos enseña ya que la sociedad puede más que el individuo, cosa que Cervantes llevará a su extremo (mientras “la picaresca” muestra que hay que burlarse de ella para sobrevivir).
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