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jueves, 3 de junio de 2021

José Antonio Sáez: Identidad e intensidad en la poesía de Antonio Gracia

Bach: Suite nº 3

         IDENTIDAD E INTENSIDAD EN LA POESÍA DE ANTONIO GRACIA.



       Conocí personalmente a Antonio Gracia en Orihuela, iniciada la década de los 80. Era entonces un poeta que empezaba a publicar sus primeros libros con una personalidad manifiesta y, a pesar del carácter de búsqueda esencialmente existencial y pesimista de los mismos, además de la cierta complejidad psicológica que los impregnaba, se mostraba lleno de entusiasmo hacia la literatura; de manera que su vocación literaria era explícita y reconocible. 
        Desde los 3 ó 4 años vivió en Orihuela y estudió en el Colegio de Santo Domingo de esta ciudad, edificio que llegó a albergar la universidad literaria de Orihuela en el siglo XVIII. Allí cursó el bachillerato y luego realizó estudios de filología en Salamanca, hasta que se trasladó a Alicante para dedicarse profesionalmente a la docencia en enseñanza media. Tuve oportunidad de conocer, igualmente, algunas de sus primeras publicaciones en prosa, premiadas en el I concurso de cuentos “Gabriel Sijé” de 1973 y el Premio de novela corta “Gabriel Sijé” de 1980, con narraciones cuyos títulos fueron Un cuento llamado Elegía y Viaje. Algunos de sus primeros libros fueron reseñados por mí en periódicos locales o provinciales y llegué a colaborar en algún número de “Algaria 0”, la revista de poesía que fundó y dirigió en Alicante y a la que entregó muchos de sus mejores desvelos, si bien supe que habría de proporcionarle algunos sinsabores con algunos compañeros de aventura. También llegué a conocer por aquel entonces a su compañera, una inquieta y radiante muchacha que redactaba su memoria de licenciatura sobre el poeta panadero, amigo de Miguel Hernández, Carlos Fenoll. Fue la época que me llevó a tratar personal y epistolarmente a míticos poetas y escritores alicantinos, entre los que debo citar muy especialmente a Manuel Molina y a Vicente Ramos, de tan grata memoria para mí y a quienes conocí en la biblioteca “Gabriel Miró” de Alicante, con motivo de la redacción de mi memoria de licenciatura sobre la obra periodística de Ramón Sijé.  A todos nos unía el interés por la vida y la obra de Miguel Hernández y el grupo de escritores conocido por muchos como la generación de 1930 en Orihuela, seguidores de la estela dejada por el maestro Gabriel Miró, creador, junto a Azorín, de una suerte de estética levantina de aquella ciudad.
       Del mismo modo, leí con mucho interés su ensayo sobre el poeta republicano de Alcoy Pascual Pla y Beltrán, fallecido en el exilio (Pla y Beltrán: vida y obra, Alicante, Instituto de Estudios Alicantinos, 1984), el cual me remitió y que reseñé.
       Pero pronto se sucedieron los largos años de silencio (Antonio Gracia contaba entonces 34 ó 35 años de edad) y nada o muy poco supe en ellos del poeta de Bigastro. Los comentaristas y críticos que se han ocupado de su obra hablan incluso de tres lustros de silencio literario que el poeta se habría impuesto a sí mismo: los que van desde Los ojos de la metáfora (1987, escrito en 1983) hasta Hacia la luz (1998) (Vid. Introducción de Luis Bagué Quílez a Fragmentos de inmensidad, Madrid, Devenir, 2009, p. 9). Así es que yo, hasta época bien reciente, apenas si conocía de él aquellos primeros libros que llegué a reseñar en alguna ocasión.
       Más he aquí, como digo, que en estos últimos años he comenzado de nuevo a seguir esporádicamente la trayectoria de este poeta alicantino. Leí algunos textos suyos, preferentemente ensayos críticos, en revistas literarias y culturales oriolanas, como “La Lucerna” y “Empireuma”, ambas dirigidas por José Luis Zerón, o incluso en algunas de otras provincias, como “Cuadernos del Matemático”, la excelente publicación de Getafe que conduce heroicamente Ezequías Blanco. En esos años de alejamiento creativo publicó también ensayos en las revistas “Canelobre”, “Ínsula” y otras. Muchos de ellos fueron recogidos en tres títulos: Miguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo, Ensayos literarios  y Apuntes sobre el amor… Pronto empezaron a llegarme algunos libros de lo que venía publicando en esta nueva etapa de su producción literaria, y en verdad que me sorprendieron por la intensa vena espiritual, para mí desconocida, que me parecía atisbar en aquellos nuevos textos, tan distintos de los inicios poéticos que yo había conocido hacía al menos dos décadas.
       El poeta alicantino recogió una significativa muestra de los libros de aquella etapa inicial de búsqueda, inquietud y zozobra personal en un volumen titulado Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), publicado en 1993, en edición del prestigioso crítico y profesor de la Universidad de Alicante, Ángel Luis Prieto de Paula. Era ésta una poesía que se adentraba en el camino de la autodestrucción a través del lenguaje poético y constituía una bajada a los infiernos, donde el mundo psíquico y el de los sueños tenían su espacio reconocible. A esa etapa de su producción literaria pertenecen títulos como La estatura del ansia, Palimpsesto, Los ojos de la metáfora o Iconografía del infierno, libros complejos que configuran, como digo, una época de búsqueda e indagación en la propia personalidad, de desasosiego e incertidumbre existencial y de cierta complejidad psicológica, entre otros aspectos destacables.
       Consciente el poeta de haber recorrido una segunda etapa en su trayectoria literaria, marcada “por la reconstrucción de un yo eglógico” y “de persecución del paraíso” recoge ahora un conjunto de textos de los poemarios que la constituyen bajo el título de Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), editado en 2009, volumen que, con una esclarecedora introducción de Luis Bagué Quílez, ha publicado el editor Juan Pastor en la colección “Devenir”. Se trata de libros que han merecido relevantes galardones en la poesía española de estos años: “Fernando Rielo”, “José Hierro <<Alegría>>”, “Paul Beckett” o el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana,  a través de títulos tan significativos como Hacia la luz (1998), verdadero intento de recuperar la palabra poética, Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004) o Devastaciones, sueños (2005); a los que habría de seguir La urdimbre luminosa (2007). 
        Estos poemarios representan siete años de creación literaria en la obra de Antonio Gracia y constituyen una tentativa luminosa que queda definida en el título El himno en la elegía (2002), el cual se sitúa en el ámbito del “voluntarismo positivista”, según consideración del propio poeta, que estima lo siguiente: “Todo autor debería ir jibarizando su obra conforme avanza, hasta dejar lo medular. Tal vez no acierte en algunas apreciaciones; pero la acumulación siempre contiene más errores”. Antonio Gracia partió de esta consideración para incluir los textos que se integran en  Fragmentos de inmensidad: la reformulación de lo ya escrito. Del mismo modo, tomó como premisa el título con el que nombró una de las partes de su libro Devastaciones, sueños (2005): “De la consolación por la poesía”, frente al caos del mundo, la decepción, el escepticismo, el dolor y la muerte.
       Concebido como un nuevo libro formado por poemas inéditos y editados, pero reescritos o renovados, Fragmentos de inmensidad es considerado por el propio autor como su segundo libro (Vid. “Antonio Gracia: Fragmentos de una poética”, introdución de Luis Bagué Quílez, p. 13). Su estética sigue siendo, según confesión propia, la que señalaba en uno de los libros de su primera etapa, Palimpsesto: “El autoplagio como reformulación de lo ya escrito”. En este punto cabe recordar la obsesión de Juan Ramón Jiménez por reescribir muchos de sus textos, incluso los ya editados; o la reescritura de Soledades por Antonio Machado en Soledades. Galerías. Otros poemas. Recursos a que no es ajena la obra de algunos autores de nuestro tiempo, quienes llegan a publicar varias versiones de un mismo poema e incluso libro, como es el caso del excelente poeta onubense Manuel Moya.
       Entiendo que los textos que aquí se recogen representan una suerte de conversión, de revelación, de vuelco o de quiebra en la poesía del alicantino. Algo, en efecto, se deja ver de aquel poeta juvenil; mas el cambio resulta bastante radical. Como nuevo Saulo caído del caballo, Antonio Gracia se nos revela como poeta de la intimidad luminosa y espacios interiores que propician el reencuentro consigo mismo a través de un flujo de conciencia desvelador; todo lo cual podría acercarlo a otras poéticas actuales como las de Antonio Gamoneda, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente o incluso a Antonio Colinas: “Un paisaje varado delante de mis ojos,/ un aroma de almendros, el tacto de la página/ mientras leo unos versos con lentitud serena/ o escribo unas palabras sobre la mansedumbre,/ la música de Bach constante y renacido,/ y algún recuerdo amable de lo que pudo ser/ es cuanto yo quisiera poseer de este mundo” (La Beatitud, p. 83). Poeta y hombre recuperados, convocados al encuentro con la palabra, a la lucha contra los límites del lenguaje. En ese proceso de recuperación de la armonía perdida, el poeta alicantino ha contado por supuesto con su propio instinto de supervivencia, pero también con el auxilio de la misma literatura, el erotismo, el arte, la música, la naturaleza…; la belleza en suma, hasta sentirse parte del universo y buscar la armonía con él, semilla y germen que transmuta y metamorfosea como manera de alcanzar la eternidad y vencer a la muerte: sin duda la gran obsesión humana. La literatura, la escritura, la naturaleza, el arte o la música se constituyen así en refugios para espantar la certeza de la muerte y hacer soportable la espera que ha de desembocar en su desenlace.
       Quien ha dejado dicho que escribir “es buscar la íntima identidad”, divide vida propia y escritura en dos tramos: uno autodestructivo, que se recoge en Fragmentos de identidad (1993); y otro reconstructivo, con una primera fase de cauterización compuesta por los tres libros publicados entre los años 1998 y 2001; y otra de eglogismo psíquico, integrada por los poemarios editados entre los años 2002 y 2004.  
    El libro que, como ocurre con buena parte de la obra de Antonio Gracia, está dedicado a Oniria, en referencia al sueño o al mundo de los sueños, está estructurado en cuatro partes o secciones que se identifican con el “Homo semens”, con textos de referencias erótico-amorosas, pues no en vano la pasión amorosa o el impulso erótico resultan antitéticos y negadores del thanatos; “Homo scriptor”, “Locus horribilis” y “Locus amoenus”, cuyo significado y trascendencia son puestos de relieve en el esclarecedor prólogo de Luis Bagué Quílez y que por lo general coinciden  con un sentimiento salvífico del yo del poeta en relación con la literatura y el ejercicio de escribir; la recuperación de ese yo a través de la naturaleza y en armonía con ésta, así como la integración del mismo en el universo. Psicoanálisis y tradición literaria se dan la mano en los textos de este poeta alicantino que no duda en recurrir a ciertos tópicos de la poesía clásica para renovarlos o hacerlos suyos, dotándolos de una singularidad específica relevante. Y es que el poeta se reconoce en esa tradición, es hijo suyo y en su bagaje histórico hunde sus raíces, se siente deudor de ella y no renuncia a su legado. Así es que por sus poemas reconocemos la clara impronta de Fray Luis de León, de Lope, de Quevedo y de Garcilaso muy especialmente; espejos donde se mira para trasmutarlos, pero que nunca son utilizados de forma mimética. Tampoco faltan las referencias a poetas contemporáneos de otras latitudes, entre las que resultan claramente identificables las de Cavafis, Hölderlin y Leopardi; así como las de los españoles Luis Cernuda y Francisco Brines: “Cuando sientas que el mundo te derrota,/ no intentes combatirlo./ Edifica un castillo en tu interior/ y cuelga terciopelos y templanza/ en sus muros. Dispón un fuego manso/ junto a la mesa de la biblioteca./ Mira al cielo brillar entre las llamas/ y los libros. Inúndate de luz/ en la frágil belleza de los cuadros./ Escucha el clavecín mientras tu pluma/ persigue en la escritura algún sosiego” (El secreto, p. 62).
           En la breve nota que cierra el volumen, titulada “Del autor al lector” el poeta deja constar lo siguiente: “Siempre he escrito para saber quién es Antonio Gracia, por qué vive, por qué debe morir, cómo hacer que la palabra le otorgue la vida que no tiene.
   Entiendo la poesía como la confidencia inexcusable de un corazón que busca luz y ha de nombrar –por conjurarlas- las tinieblas. Pues sabe el hombre que sucumbirá con él aquello que ama y quisiera salvar” (p. 103).
       Así veo yo el universo poético de este poeta alicantino, reflejado en Fragmentos de inmensidad que constituye una sustantiva muestra de su quehacer poético en la segunda etapa de su poesía, comprendida, como queda dicho, entre los años 1998 y 2004. Siete años que han aportado textos tan relevantes a su obra y a la poesía española de estas últimas décadas como los que aquí se dan cita. Una obra importante, sin duda,  y merecedora de toda la atención por parte del público lector y de la crítica.

                                                José Antonio SÁEZ.

   Antonio Gracia: Fragmentos de inmensidad (Poesía, 1998-2004), introducción de Luis Bagué Quílez, Madrid, Devenir Poesía 224, 2009, 109 pp.
 Noviembre 2009 EL FARO 5 Cultura/Poesía