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domingo, 10 de abril de 2016

María José Zaragoza Hernández: Sobre "La inmensidad", de Antonio Gracia



Chopin: Tristesse


La poesía es esa alquimia de la palabra que, por medio de la identificación, tiene la cualidad balsámica de la curación del alma. Me atrevería a asegurar que, alguna vez, los lectores que frecuentan la poesía se han estremecido con un poema cuya profundidad ha excavado las emociones más recónditas de uno mismo.
           He leído la mayor parte de los trabajos literarios de Antonio Gracia. Desde el principio juzgué su obra como resultado de una amarga y lenta melancolía. Otras veces pensé que el infierno y él mismo eran cómplices de sus poemas. El hecho de leer cómo es capaz el ser humano de desgarrar el alma sobre el papel, mostrar el "dolorido sentir", descender a los infiernos, debatirse entre tinieblas y buscar la luz con denuedo para sosegar su espíritu, dejaba cierta amargura en mis preguntas y desazón en sus respuestas.
     A Antonio Gracia hay que leerlo con la mente amplia de la comprensión, buscando el concepto del hombre intemporal continuamente interrogante. De ahí que él mismo haya dicho: "Quién escribe para su tiempo engendra palabras muertas". La poesía de Antonio Gracia tiene la virtud de acomodarse a la condición del hombre como ser humano primigenio, ajeno a sus circunstancias. Él mismo frente a sí mismo. Intensa mayéutica del soliloquio. Un diálogo desgarrador donde el poeta se erige juez y verdugo. Donde la piedad de lo subjetivo no existe. El desgarramiento interior con que sacude su espíritu es, a todas luces, humillante para quienes buscamos en la palabra la complacencia y el perdón. Por eso, la vuelta a la lírica de Antonio Gracia, tras el limbo silencioso en el que voluntariamente estaba inmerso, con una poesía amable y liberadora, como la contemplación de la naturaleza, o la búsqueda de la belleza en las pequeñas cosas cotidianas, ha hecho que sus lectores nos demos un respiro ante las incertidumbres por él planteadas en obras anteriores. 
     Si de algo hay que congratularse es de que, si bien durante estos años atrás Antonio Gracia ha buscado la luz debatiéndose entre tortuosos poemas, haciéndonos sentir la muerte propia, sus últimos libros, desde "La epopeya interior" y "El himno en la elegía", son un claro signo de que el autor, a través de sus versos, ha ido desvelando parte del misterioso y complejo mundo emocional del ser humano, llevándolo por la senda de la resurrección. Renacer de las cenizas, volver a creer en el propio hombre, es la respuesta que Antonio Gracia se da a sí mismo y al lector. Tal vez por eso se haya interpretado "La epopeya interior" como una incursión en la mística que supone la ascensión del alma tortuosa camino de un "Himno a la Elegía" o cántico al abandono de la muerte interior.
           Reconocer que tenemos ante nosotros a un poeta auténtico, animarlo a que siga escribiendo desde la luz y la esperanza, auspiciar que su obra obtendrá el debido reconocimiento con el devenir del tiempo, son mis deseos como Subdirectora de Literatura del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert, que edita este pliego literario con la finalidad de que Antonio Gracia deje constancia de la "Inmensidad" de su experiencia vivida y de su obra, así como unos pequeños apuntes sobre su trayectoria poética.
                                                          María José Zaragoza Hernández   
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