Borodin: Nocturno (versión orquestal)
Los versos de Trovadorius (I)
Los versos de Trovadorius (VI)
Los versos de Trovadorius (VII)
Niegan algunos malpensantes la existencia de Trovadorius: como si sus obras no la demostrasen.
XXXIII.- La rosa inmarchitable
No volverás a contemplar la rosa
en todo su esplendor
como puedes mirarla en este instante,
ni gozar de su aroma, o cómo
encarna la belleza y lozanía
de la existencia. No podrás
creer que cualquier rosa es esta rosa
para darle un consuelo
a la mortalidad, que deja solas
a las criaturas en un mundo airado.
Pero yo tengo en ti
unidos los jardines
del cielo y de la tierra, condensados
la hermosura del tiempo y la memoria,
fundidos el recuerdo y el anhelo.
Tú eres la rosa de la vida,
tú
me entregaste tus pétalos y sigues
perfumando mi corazón; y cuando
el ámbar de tu piel se seque
marchito por los años, yo
te abrazaré y seguiré viendo
en ti la misma rosa.
XXXIV.- Debajo de la noche
De bruces hacia el cielo contemplamos
la luna, y más allá
las estrellas lejanas, el final
sin principio del cosmos:
las fronteras sin límites del sueño.
Te abrazo y siento el universo amado
que fluye por tu cuerpo, cada célula
mordida, erotizada; y nos dormimos
dentro del firmamento de la cópula.
Amanece y miramos una nube
como una ola celeste
brillando en nuestros ojos.
¿Cómo puedes estar fuera de mí,
dentro de mí, ser parte
y todo, realidad y sueño,
metamorfosis, potestad y magia?
XXXV.- Locus amoenus
Ha caído el invierno sobre el árbol
y florece la nieve en los senderos.
A lo lejos, los montes son azules
y el mar un río verde.
Qué pureza en el aire;
y, en el alma, qué pura mansedumbre
al calor de este fuego en el hogar,
sobre la mesa el pan, la fruta, el vino,
y el paisaje a través de la ventana
mientras tu corazón
late en el mío
al despertar.
Si hay algo que merece que la vida
sea vivida
es la contemplación de la belleza.