Ketelbey: El santuario del corazón
Alejandro Magno llevaba consigo siempre las obras de Homero. Napoleón fue un estudioso de Platón y Rousseau. Nelson Mandela leía en cautividad a Shakespeare. Einstein fue un gran admirador de Kant. Orson Welles era un enamorado de Don Quijote...
No sé qué leen los políticos actuales, además de encuestas maquiavélicas y sicogramas de votantes para apropiárselos mejor. Algunos leen teleseries y escriben sus desmemorias. Sin duda, deberían conocer al hombre, no solo a las multitudes. Y algo aprenderían nuestros políticos leyendo los consejos de Don Quijote a Sancho Panza cuando este va a gobernar la ínsula Barataria (capítulo XLII, Segunda Parte).
Como digo, el político es un lector de encuestas, que son las lecturas más perecederas y deshumanizadas que existen. Luego todos predican lo que Sancho Panza cuando quiere ser gobernador de su ínsula: "yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tan bien como cualquier otro" (I, 10). Eso: como cualquier otro: como si el gobernante no debiera estar mejor preparado que la mayoría. Y tal vez el ciudadano piense de más de cuatro aspirantes lo que Don Quijote dice sobre Sancho: "temo que no ha de tener habilidad para gobernar su estado" I, 50).
Difícil tarea la de diseñar una sociedad en la que todos gocen y nadie sufra. El mundo está en la calle; pero la mente de quienes están en la calle está recogida en los libros. Lástima que los gobernantes, cuya primera misión es la de erradicar la ignorancia, ignoren la cultura. Cuando se piensa en organizar la sociedad enseguida nos vienen a la mente tratadistas sociales, políticos, filósofos, historiadores, novelistas, músicos, pintores, poetas… todos aquellos que constituyen el corazón delator de la Humanidad.
Pero de nada sirven las opiniones de los soñadores de mundos si quienes los pretenden legislar no están dispuestos a aprovecharlas en su beneficio. ¿Y no son válidas las opiniones históricas que siguen vigentes por sus certezas? ¿Cuántos políticos conocen en profundidad no solo los grandes libros sino las utopías de Agustín de Hipona, Campanella, Tomás Moro, Bacon… para intentar practicar lo que de realizable hay en ellas? Y cuántos se han detenido en las distopías de Swift, Orwell, Huxley, Bradbury... para evitar los peligros de una sociedad que se desea cambiar? Finalmente: ¿No es El Quijote la mayor utopía de la que aprender convertida en la más real distopía que evitar?
La magia de los libros que son mágicos consiste en que transforman al lector, y, cuando el libro acaba, su lector es un ser renacido, con una visión nueva que le hace comprender mejor el mundo. ¿Y no es la misión del gobernante conocer bien el mundo para transformarlo mejor?