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lunes, 7 de septiembre de 2015

Imperfeccionistas

Capra: Vive como quieras.


Querida Mary:

Suelen decirme, como tú, que soy un perfeccionista; me lo dicen para descalificarme. Como si la perfección fuese un error de la Naturaleza y no un logro al que debemos aspirar.
     Otras veces he dicho que solo hay dos maneras de hacer las cosas: bien y mejor. Sin embargo, la mayoría las hace para quitarse una tarea de encima: las hace mal; y así va el mundo: a trompicones, como las obras de los ayuntamientos.
     ¿No será que la mayoría es imperfeccionista por conformista?
     El mundo se ha acostumbrado a regirse por la divisa de que "lo importante es participar", y participa en demasiadas cosas; de este modo, casi todos meten baza en lo que no conocen suficientemente porque consideran que ese es su derecho, como si tal derecho no implicase el deber de "no meterse en camisa de once varas". O sea: que hay que hacer las cosas bien o mejor; no mal, ni regular, ni peor.
     Cierto que hay que ser transigentes y comprensivos con los errores propios y ajenos. Pero no se puede ser comprensivo con el incumplimiento de la ley; en todo caso, piadoso con la sanción a quien la incumple. Ni siquiera se puede ser tolerante con quien se rige por el principio de "qué más da un poco antes que después" aplicado a la simple norma o costumbre.  Si una cita es a las tres, no es a las tres y cinco.
     Si dos deciden verse mañana es porque han decidido verse mañana, pase lo que pase, salvo que la muerte o una hecatombe similar, lo impida. Si no están absolutamente seguros, mejor decirlo así o no comprometerse a nada. (Qué ocurriría si, esperando el tren, de repente alguien colocara un cartel diciendo que llegará mañana?)
     ¿Qué menos que ser responsables y consecuentes? Puesto que estamos condenados y decididos a elegir para ejercer la libertad, no caigamos en el libertinaje de asegurar lo que no sabemos con absoluta certeza: que no se vea la importancia y consecuencias de esto es lo que contribuye a crear la bomba teótica y social.  El mundo es un mecanismo de relojería que funciona cuando cada individuo hace lo que debe. El bienestar social y personal viene cuando todos hacemos lo que debemos, no solo lo que queremos. La utopía de Taureau (vive como quieras) es muy hermosa; pero es eso: una utopía.
     Somos libres de hacer lo que queramos, siempre que nuestra conducta no afecte a la de los otros; porque el efecto dominó convierte nuestros actos en un beso universal o un cañonazo cósmico.