Guridi: Así cantan los niños
Algunas editoriales han resuelto publicar únicamente a poetas no mayores de 25 años. Bien está promocionar a quien empieza; pero ¿por qué negarse a editar lo bueno sin límites de edad?
Seguramente no saben esos editores que todo arte necesita un aprendizaje de la vida: que una inteligencia sin experiencia es una inteligencia superflua. Esa es la razón por la que la inmensa mayoría de las grandes obras han sido creadas en la madurez de sus autores: cuando el desencanto ha enseñado a los sueños que tener ilusiones no debe convertir al soñador en un iluso.
Claro está que hay grandes obras creadas en la juventud de sus autores: pero, en realidad, el joven prodigio es maduro en capacidad, aunque tenga pocos años, porque ha empezado muy pronto a acumular la experiencia del error y el acierto y a distinguir la sustancia que hay en la circunstancia. También es verdad que hay demasiados autores maduros que solo lo son en torpezas, verborreas y contumacias.
Quizá todo se deba a algo más simple: salvo excepcionales excepciones, el libro ya no es sinónimo de cultura, ni de buena escritura: ya no sensibiliza ni inteligentiza; solo mercantiliza, frivoliza, estupidiza: sirve para atrofiar las conciencias (quiero decir: que nos inconcienciza, carámbola!).