Coro de las mil voces
bate en el firmamento un corazón
musical, y la carne se convierte
en diapasón del mar y las estrellas,
la tierra, el aire, el hombre del origen.
Abrazo un árbol, toco la montaña,
escucho el manantial, las fieras olas
batiendo el arrecife, oteo el cosmos,
drago mi corazón: allí está el ritmo
de la sangre y la médula, el sonido
de la naturaleza en busca
de una armoniosa exhumación del vértigo
primigenio.
¿Y extrañas
la vibración del pájaro, los trémolos
del violín y la voz, los claros éxtasis
del alma ante la música, la ofrenda
que hacen los dioses cuando canta el viento?
Vivir es entonar una canción
en cuyo pentagrama hay madrigales,
céfiros, mansedumbres
y un réquiem que, a pesar de su presagio,
no desmiente la cósmica armonía
ni el gozo de cantar.
Malher: La canción de la tierra
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