Las fauces como yertos arrecifes
devorando la muerte que le acosa,
en la orbital arena se estremece
el gran huso de la depredación.
Condenado por la Naturaleza
a depredar para sobrevivir,
sorbe el mar el escualo
entre sacudimientos y agonías:
hasta que, libre, vuelve a los océanos.
Y lo mismo que el hombre, se condena
sin remisión a su destino estéril:
el vigor de la vida
le empuja a dar la muerte
mientras el mundo continúa errante,
sin conciencia del mal
y sin hallar sentido a cuanto existe.