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domingo, 12 de julio de 2015

La efigie de una ruina, al fin, fulgente

Schumann: Adagio (Segunda Sinfonía)

La transfiguración

Anoche, contemplando las estrellas,
sentí la plenitud acariciarme
y, también, que la muerte me abrazaba.
Me pareció que yo era 
un cuadro de colores infinitos 
en el que se expandían
pentagramas y versos pregonando 
la celestialidad de la existencia.
Un murmullo solar pulsó su lira:
¿Será verdad que el hombre nada puede
contra la muerte, que este flujo
de inmensidad ha de acabar un día?
Y entonces comprendí:
Frente al instinto de supervivencia 
-que nos exige la inmortalidad
y nos convierte en cántico extasiado-
se alzan la muerte y la conciencia cruel
de la mortalidad, instigadoras
de la oscura elegía.
¿Nada nos salvará de tal naufragio?
Y entonces comprendí:
                                           el hombre puede
salvar, si no su cuerpo, sí su mente, 
la identidad que forja para ser
aquel que anhela ser: y el arte talla
la efigie de esa ruina, al fin, fulgente.


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