"Belleza singular", "¡Hermoso resplandor!", "Con tan pocos colores y cuánto colorido"... es probable que digan quienes asistan a la exposición que patrocinan Diputación y Ayuntamiento en la Lonja.
De
cuatro elementos decían los griegos que estaba formada la
Naturaleza: agua, fuego, aire y tierra. A Pepe Gimeno le han bastado
tres colores (rojo, azul, negro) para conformar toda una naturaleza
pictórica propia.
Si
el detallismo del retrato o el paisaje ha sido una de las metas del
pintor clásico, la ausencia de formas referentes a la realidad
visible es lo que caracteriza buena parte de la pintura
contemporánea: y a estos bodegones geométricos, como los llamaré
libremente, que prescinden de todo menos de un mistérico lirismo.
Descendiendo
a la austeridad de las formas, la ausencia de irisación y la
limpidez de la línea, el espectador ve una serie de efigies en
gradación componiendo
una sinfonía euclidiana en la que ha desaparecido
toda fanfarria para quedarse con la pureza de lo prístino,
creador de un tema leitmotívico que crece en magnitud e intensidad,
como un universo expansivo. Lo elemental de la materia sensitiva está
en cada cuadro, y todos forman el gran cuadro de la complejidad
indescifrable, aquí tan luminosa que se basta a sí misma para
hablarle al corazón y a la cabeza. Porque eso es lo que
precisa toda obra de arte: que sea creada por la inteligencia y que
emocione la sensibilidad. Y aquí, como en un buen soneto, el
contenido no está amarrado a la forma, sino ennoblecido por ella. Su
composición ha debido de requerir años de estrategia y ejecución.
De
nada sirve el arte que no está al servicio del hombre y le descubre
fragmentos de su identidad humana. Alguien pensará que es esta una
de tantas aventuras artísticas de quienes confunden arte con
artilugio o lúdica artesanía.
Y
no es así. Esta es una lección de cómo eliminar lo superfluo y
mostrar la plenitud del vacío. Si,
como quería Galileo, una molécula contiene todo el universo,
esta pintura es la quintaesencia de las pinturas: la realidad de la
ideación y la metáfora. Cada coágulo de este corazón gigante es
como la pieza de un inmenso puzzle de la exactitud desconocida, la
dependiente rama y floración autónoma de un baobab volcánico cuya
lava penetra los ojos con un sacudimiento de noble inmensidad.