Wagner: Lohengrin
Hace años. Una noche salí a perderme en medio de la noche. Sentado, contemplaba la muchedumbre buscando su individualidad perdida en este mundo en el que han desaparecido las identidades. Me sentía solo bajo las estrellas, como tantas otras veces. Y quise gritar, decirme algo. Lentamente, fueron apareciéndome, verso a verso, los que luego conformarían este poema:
Si
yo supiera decir
cuanto,
sin palabras, dice
mi
corazón a las cosas,
al
mar y al viento, a la lumbre
de
los íntimos sentidos
que
me escuchan y responden
como
la piedra a la piedra
y
el agua al agua, o la luz
al
puro ensimismamiento,
mis
labios pronunciarían
los
secretos y vislumbres
que
el alma guarda en la sombra
desde
el principio del tiempo
y
que tan solo conocen
la
flor, el pájaro, el alba,
esos
instantes ocultos
como
dones misteriosos
en
los que se transfigura
el
anhelo en realidad,
la
claridad en pureza.
Entonces,
la clara bruma
del
presagio estallaría
como
una revelación
en
la estancia donde habita
mi
ser esperando ser
inmensidad,
transparencia.
Y
con los ojos cerrados
abiertos
hacia la luz,
contemplaría
los fuegos
y
los glaciares que agitan
el
espíritu y lo elevan
allí
donde la pluma se detiene.
Como suele ocurrirme, los versos surgían igual que telegramas mentales, y cada cinco o seis me los repetía para no olvidarlos, junto a los anteriores. Luego suelo esperar dos o tres semanas, y si la memoria sigue repitiéndomelos deduzco que quiero decirme algo que me importa demasiado. Entonces, los escribo.
¿Qué me decía a mí mismo en ese texto? Que hay un territorio en nuestra mismidad, pleno de misterios y revelaciones, al que apenas tenemos acceso y que es intraducible al pensamiento. Que lo esencial es invisible para la pluma; que la palabra no está capacitada para expresar todo lo que sentimos; que la plenitud y la clarividencia están "allí donde la pluma se detiene" porque se sabe impotente para reflejar el pozo visionario al que se asoma.
¿Qué me decía a mí mismo en ese texto? Que hay un territorio en nuestra mismidad, pleno de misterios y revelaciones, al que apenas tenemos acceso y que es intraducible al pensamiento. Que lo esencial es invisible para la pluma; que la palabra no está capacitada para expresar todo lo que sentimos; que la plenitud y la clarividencia están "allí donde la pluma se detiene" porque se sabe impotente para reflejar el pozo visionario al que se asoma.
¿Es la palabra una herramienta inadecuada para nombrar cuanto somos? ¿Es incapacidad de quien escribe? ¿O verdaderamente existe la inefabilidad y el nombre de ciertas cosas es el silencio verbal? Recordemos el "rebelde, mezquino idioma" del que se quejaba Bécquer porque no consigue sino ser eco del "un no sé qué que queda balbuciendo", que constata Juan de Yepes.
Me pareció curioso que el último verso, por ser endecasílabo, cerrase, como un aldabonazo inesperado, la serie de octosílabos que le precede, combinación esta inusual, y aun arrítmica. Seguramente porque quería resaltar formalmente el contenido: la imposible o chirriante relación entre emoción y razón, anhelo y logro.
Todos sentimos una estancia oscura en nuestra identidad oculta que se asoma a las barandas de nuestra conciencia por una grieta y nos permite entreverla. Es la irracionalidad queriendo formar parte de nuestro yo racional. Y solo a veces la palabra consigue ser testigo de esa fuga emocional del paraíso o el infierno que habita en nuestro ser. Para ello hay que mirar hacia arriba, hacia el tabor de nuestra inmensidad indescifrable. Tal vez por eso titulé el poema, "Por una elevada senda", tangente con la mística.
Me pareció curioso que el último verso, por ser endecasílabo, cerrase, como un aldabonazo inesperado, la serie de octosílabos que le precede, combinación esta inusual, y aun arrítmica. Seguramente porque quería resaltar formalmente el contenido: la imposible o chirriante relación entre emoción y razón, anhelo y logro.
Todos sentimos una estancia oscura en nuestra identidad oculta que se asoma a las barandas de nuestra conciencia por una grieta y nos permite entreverla. Es la irracionalidad queriendo formar parte de nuestro yo racional. Y solo a veces la palabra consigue ser testigo de esa fuga emocional del paraíso o el infierno que habita en nuestro ser. Para ello hay que mirar hacia arriba, hacia el tabor de nuestra inmensidad indescifrable. Tal vez por eso titulé el poema, "Por una elevada senda", tangente con la mística.