Beethoven / Furtwaengler: Adagio de La Novena (G. histórica)
[Opus
125]
Mil
ochocientos veinticuatro. Un hombre
asediado
por la melancolía
ha vencido
el suicidio y se redime
construyendo
pirámides de música.
Brilla en
sus ojos, como un desafío,
la soledad
inmensa del artista
ante la
muchedumbre. Hay en su mente
una
constelación de héroes y dioses,
de arte
absoluto, redentor y nuevo.
Ausculta
las estrellas y condensa
el
universo en una partitura.
No puede
oír el ruido de los hombres,
mas sí su
corazón, y lo disuelve
en el más
clamoroso pentagrama
que
escucharán los siglos: el dolor
de un alma
solitaria transfigura
la soledad
en solidaridad,
exhuma la
alegría primigenia
y
convierte en un himno la elegía
del vivir
cotidiano y metafísico.
Rueda el
caudal sinfónico y la voz
anega el
alma, la retuerce y triza.
Pocas veces
la voluntad ha alzado
desde el
infierno el arte hasta los cielos.
La
catarata de agua melodiosa
fecunda la
conciencia universal.
Y desde el
pentagrama manuscrito
fluye
incesante una cosmo-agonía
que se
convierte en fraternalidad.
La música
es la única palabra
que
expresa lo inefable.