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martes, 31 de diciembre de 2013

Al final del abrazo

Schumann: Réquiem para Mignon

Recordó aquella vez en que María y él recibieron el año nuevo con doce largos coitos, como doce botellas de champán penetrando en la copa: hasta que, como el hombre del Gólgota, ya no derramaba nieves encendidas sino tan solo agua azucenada.

Ahora todo era distinto; no solo por los años, sino porque también llega la muerte al paraíso: y al amor.  

Ella ya no lo amaba. ¿O temía continuar amándolo? Se decía a sí misma que era imposible seguir así: alternando alegrías y tristezas. 


En otro tiempo comprendió su compleja personalidad, las furias y demonios de su espíritu, y lo amó a pesar de ello, a pesar del sufrimiento que le producía amarlo. 

Pero ya no: tenía que dar una solución a su vida, y era alejarse. No se preguntaba quién iba a solucionar la vida de él, que todavía la amaba desde su complejidad, sus ausencias y presencias, su atormentado existir.

Lo más fácil era decirse que ya no lo amaba, que él tampoco la amaba, que lo mejor era decidir por él. Y si era a él al que le correspondía sufrir, que sufriera. 

De modo que se quedó latiendo el beso, levitando, esperando las dos bocas que durante tantos años lo habían recogido.


Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido!