Chabukiani: Otelo mata a Desdémona
7 - Celos, aun del aire,
matan.-
En ese itinerario torturoso, Galdós
expone la desazón de los celos (ese “volcán en el pecho”) en “Fortunata y
Jacinta”:
Me ha contado Jacinta que una noche llegó a tal grado su irritación por
causa de los celos, de la curiosidad no satisfecha y de la forzada reserva, que
a punto estuvo de estallar y descubrirse, haciendo pedazos la máscara de la
tranquilidad que ante sus suegros se ponía... Tenía un volcán en el pecho, y la alegría de los demás la mortificaba”.
Pero, sobre todo, es
la tragedia de un colosal celoso, Otelo, la que ilustra la angustia del,
dejémonos de líricas, cornúpeta -imaginario enfermo o paciente de adulterio-.
La realidad física o material poco tiene que ver con la verdadera realidad, que
es la síquica: y el celoso no escapa, sino que exacerba esa afirmación. Poco importa
si ha sido “traicionado” en la cama o en su imaginación. Quizá la duda extrema
más su reacción. Otelo encuentra en poder de su amigo Casio el pañuelo que
regaló a su esposa, Desdémona:
- Desdémona : Nada temo, porque
soy inocente.
- Otelo : Confiesa tu crimen, pues negarlo no
destruirá la
firme convicción que
me aqueja. ¡Vas a morir!
- Desdémona : La muerte propia da el que mata porque se le
ama. Nunca os he
ofendido.
- Otelo : ¡He visto mi pañuelo en sus manos!
- Desdémona : Lo habrá encontrado. Haced
que venga y diga
la verdad.
- Otelo : Ya la ha confesado.
- Desdémona : No puede afirmar que yo se
lo di.
-
Otelo : Ya no podrá : su boca
está cerrada para siempre.
- Desdémona : ¿Cómo? ¿Ha muerto?
- Otelo : ¡Calla, puta! ¿Le lloras ante
mí? ¡Muere! ¡Ojalá
en este momento
sedesatara un eclipse universal
que se tragara la
tierra entre su caos!
Lo terrible es que,
si el amor transforma para bien a aquel que ama, los celos transforman para mal
de quien los padece y de quienes le rodean, llegando a destruir a la persona
amada, como ocurre en la obra de Shakespeare.
Otelo ha subvertido el mundo y ya no existe en él más que su temor tomando
realidad: nada destruirá la firme
convicción que me aqueja, dice.
Esa “firme convicción” es un silogismo falso que el celoso reconoce como tal,
pero que, como cualquier enfermedad, “aqueja” de tal manera que incluso acaba
con las pruebas que podrían disuadirle de su error: decide matar, para afirmar
su identidad de vengador (de restablecedor de su honorabilidad), a quien ama y
a quien sospecha que se la arrebató. Incluso si la inocencia fuera demostrable,
el celoso no acabaría de creer en ella, porque no necesita ser engañado para
sentir el dolor de su temor: una apariencia basta para desencadenar la
inseguridad que estalla en su interior. Los celos no son una consecuencia -y
menos una “prueba”- del amor: constituyen la identidad de algunos seres, su
inestabilidad profunda y ansiosa del suicidio escondido. Y convierten en odio
todo cuanto se amaba. Por eso quien antes era un “ángel” es ahora una “puta”, y
la sorpresa y el horror ante la noticia de la muerte del amigo se interpreta
como un llanto amoroso. La destrucción de lo que se ama no es más que una
excusa para la autodestrucción:
- Otelo: ¿Dónde puede ir ahora
Otelo? ¡Oh mujer nacida bajo una mala estrella! ¡Cuando nos encontremos en el
tribunal de Dios, el recuerdo de tu muerte bastará para precipitar mi alma
fuera del cielo! ¡Demonios, arrojadme a latigazos, sumergidme en azufre!
¡Desdémona, Desdémona! ¡Te besé antes de matarte! No puedo sino hacer lo mismo
para descansar: darme la muerte para morir con un beso!