Glazunov: Las estaciones
6.- La identidad contradictoria.-
Contradicción como certeza, duda como pesadumbre, entrega y desencuentro, satisfacción y sufrimiento, dolor, placer, esquizofrenia... viene a sentir Lope de Vega: porque amor es egoísmo y es altruismo, es pasión desatada y atadura del otro y por el otro. Olvidamos en medio del amor que somos contingentes y cambiantes, que somos en el tiempo, que somos temporales, que sentimos y que dejamos de sentir, que nace y se nos muere el sentimiento como la vida nos nace y se nos muere, arrebatadamente y sin explicaciones que nos satisfagan. Lope aclara lo que confuden los amantes, tejiéndole un error de temporalidad a lo que en esencia es efimeridad: A lo que es temporal llaman eterno: que el amor se termina es sustancial como lo es su inicio y su transcurso. Pero el acabamiento nadie lo persigue y pocos lo superan sin disfrazarlo en otra historia, la misma en otro cuerpo, otro beso, otro nombre. Pues no se acepta que lo que es deje de ser, que nos está esperando otro sendero del camino, que nos estamos esperando para ser lo que debemos ser y no podemos si no abandonamos lo que somos y sentimos. Cuando el amor se muere, el corazón se estremece, porque cuando dejan de amarnos, de repente cumplimos muchos años, por la misma razón que, cuando amamos, el corazón se llena de juvenilidad. Y el corazón popular lo entiende bien. Salvador Rueda lo recoge en su "Romance del tango":
Contradicción como certeza, duda como pesadumbre, entrega y desencuentro, satisfacción y sufrimiento, dolor, placer, esquizofrenia... viene a sentir Lope de Vega: porque amor es egoísmo y es altruismo, es pasión desatada y atadura del otro y por el otro. Olvidamos en medio del amor que somos contingentes y cambiantes, que somos en el tiempo, que somos temporales, que sentimos y que dejamos de sentir, que nace y se nos muere el sentimiento como la vida nos nace y se nos muere, arrebatadamente y sin explicaciones que nos satisfagan. Lope aclara lo que confuden los amantes, tejiéndole un error de temporalidad a lo que en esencia es efimeridad: A lo que es temporal llaman eterno: que el amor se termina es sustancial como lo es su inicio y su transcurso. Pero el acabamiento nadie lo persigue y pocos lo superan sin disfrazarlo en otra historia, la misma en otro cuerpo, otro beso, otro nombre. Pues no se acepta que lo que es deje de ser, que nos está esperando otro sendero del camino, que nos estamos esperando para ser lo que debemos ser y no podemos si no abandonamos lo que somos y sentimos. Cuando el amor se muere, el corazón se estremece, porque cuando dejan de amarnos, de repente cumplimos muchos años, por la misma razón que, cuando amamos, el corazón se llena de juvenilidad. Y el corazón popular lo entiende bien. Salvador Rueda lo recoge en su "Romance del tango":
Al Cristo que hay en mi cuarto
le referí mi dolor:
qué penas no le diría
que el Cristo se estremeció ...
Mi corazón dice, dice,
que se muere, que se muere,
y yo le digo, le digo
que se espere, que se espere”.
le referí mi dolor:
qué penas no le diría
que el Cristo se estremeció ...
Mi corazón dice, dice,
que se muere, que se muere,
y yo le digo, le digo
que se espere, que se espere”.
La dualidad dolor-placer la conocían otros amadores: Celestina sabe que el corazón de Melibea es devorado por serpientes, porque su “enfermedad” es “Amor dulce”: y
es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un
alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte.
Pero, como toda enfermedad, sabe sabiamente que hay que sanarla entre sábanas. Las contradicciones del amor, su jánico esplendor y tragedia, su bisagra hacia el dolor y los celos, explica las transformaciones a las que puede inducir al amador. El amor cambia a quien ama. Ennoblece al que es noble y, a veces, incluso al que es protervo. Y el desamor, sin duda, entristece y aumenta la protervidad. La ternura y el júbilo, la crueldad y el rencor son sendas hijas suyas. “El collar de la paloma” defiende el amor como bienhechor e inteligenciador de los amantes. Quevedo insiste en la identidad contradictoria (soy un fue y un será y un es cansado) del amor:
es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un
alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte.
Pero, como toda enfermedad, sabe sabiamente que hay que sanarla entre sábanas. Las contradicciones del amor, su jánico esplendor y tragedia, su bisagra hacia el dolor y los celos, explica las transformaciones a las que puede inducir al amador. El amor cambia a quien ama. Ennoblece al que es noble y, a veces, incluso al que es protervo. Y el desamor, sin duda, entristece y aumenta la protervidad. La ternura y el júbilo, la crueldad y el rencor son sendas hijas suyas. “El collar de la paloma” defiende el amor como bienhechor e inteligenciador de los amantes. Quevedo insiste en la identidad contradictoria (soy un fue y un será y un es cansado) del amor:
Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Es una libertad encarcelada
que dura hasta el postrero paroxismo,
enfermedad que crece si es curada.
Este es el niño amor, este es su abismo:
mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo.
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Es una libertad encarcelada
que dura hasta el postrero paroxismo,
enfermedad que crece si es curada.
Este es el niño amor, este es su abismo:
mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo.
Efectos varios, complementarios y suplementarios, cara y cruz de la moneda. Igualmente conocemos el dolor y la rabia de Vulcano (de todos cuantos sufren el amor) por boca de Quevedo: Nadie le llame dios a Amor, que es gran locura: / que más son de verdugo sus tormentos; Perdí mi libertad y mi tesoro; / ¡Triste de mí, que mi verdugo adoro!, grita bajo su égida.
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