Coro de 10.000 voces
Grandes directores de orquesta ha
habido y hay en la actualidad. Tal vez deba considerarse a Mendelsohn, primer reivindicador de Bach,
el primero de ellos. Otros muchos compositores esgrimieron la batuta, no
siempre con fortuna, porque el ardor de la composición no es el mismo que el de
la interpretación. Schumann, Lizst, Wagner, Malher, Strawinski, Boulez, por ejemplo. Uno de estos directores actuales es Eliot Gardiner, quien, al frente de la
Orquesta Revolucionaria y Romántica, propone interpretaciones heterodoxas y ha
hecho una revisión de buena parte de Beethoven.
Pero los experimentalismos, que sirven, ante todo, para ahuyentar el
academicismo y recordarle a la tradición su verdadero sentido, no siempre
tienen más fruto que el ya dicho.
Acabo de escuchar “La Novena”
ejecutada -en el doble significado de la palabra- por Gardiner y su Orquesta.
Parece que la empresa discográfica hubiese impuesto un minutaje para la
grabación; y el director ha escogido un “tempo” tan rápido como el de los
aurigas de “Ben-Hur”. O tal vez ha querido darle a la Sinfonía el aspecto
agresivo del rostro de Beethoven. Lo cierto es que ha deteriorado en buena
medida la soberbia fragilidad con que la partitura se acerca a los prados del
cielo, porque los éxtasis son fugaces, no veloces. A veces estremece (pero,
¿cuándo no estremece el mejor Beethoven?), como cuando las cuerdas arremeten
contra el barítono (demasiado “belcantista”) en su primera intervención (el
popular “Himno a la alegría”), produciendo una sensación casi de impulso
yazzístico.
Furtwaengler
Me recuerda este “experimento” de metrónomo histérico, por contra,
la lección que el gran Furwaengler
dio hace 60 años proponiendo una lectura casi en continuo “rubato”, más lenta
de lo acostumbrado, desgranando cada nota sin que la diafanidad individual de
cada instrumento mermase la trabazón del conjunto orquestal. El público
aplaudió entonces durante media hora y es hoy una grabación histórica ejemplar.
En esencia, Furwangler prefirió el “piu moderato” al “molto agitato” de
Gardiner. (Compruebo si la ostentosa cabalgada sonora es capricho o método de
este director y constato en la “Séptima”, conocida como la “apoteosis de la
danza” por su ritmo, que no hay caballos, sino bisontes en estampida; en
cambio, el adagio “fúnebre” de la “Heroica” lo convierte en una fanfarria
patética). Las versiones de Toscanini,
Klemperer, Masur o Bhöem, por ejemplo, buscan el equilibrio entre esos extremos. No me gustan
otras -como la de Karajan- demasiado
“correctas”, lastradas por las trampas de los estudios de grabación. En
cualquier caso, no hay quien desmonte la poderosa arquitectura de esta
sinfonía, que junto a la “Tetralogía” wagneriana o tantas obras de Bach, elevan
la música a su más alto esplendor.
Klemperer
En el arte de la dirección y la
interpretación musicales es donde podemos encontrar encarnada verdaderamente la
realidad del “lector cómplice”, del receptor que acaba definiendo la creación
propuesta por el autor –y respetándola. No es fácil saber cómo se interpretaban
exactamente las obras antes de la aparición de los primeros registros. Hay
directores, como Harnoncour o Marriner, que intentan acercarse a
aquel sonido y manera utilizando instrumentos originales de la época. Pero, sin
proponérselo, tal vez el mismo Beethoven -siempre el autor sabe más de sí
mismo, incluso si se equivoca, que cualquier otro lector- aconsejó cómo quería
que se oyese su inmensa partitura: el día de su estreno (7-V-1824), la orquesta
acabó mientras él, sordo solamente de orejas para afuera, seguía agitando sus
brazos, marcaba el compás, continuaba dirigiendo; hubo de ser el otro director
-colocado detrás de él y al que, en verdad, seguían los instrumentistas- y la
contralto quienes le indicaran que atendiese al público, que ya llevaba varios
minutos aplaudiendo (*).
Wagner: Transcripción al piano
No estaban
permitidos en aquel tiempo más de cuatro vítores, que eran los que se ofrecían
a la familia real en sus apariciones. No obstante, ante la consternación de los
funcionarios y la policía, fueron cinco salvas de aplausos las que no pudo oír
aquel gigante. Sin duda, en la mente de su creador, “La Novena” continuaba
sonando y haciendo tañer lentamente el armonioso rumor de las estrellas.
Las nueve sinfonías
De particular interés me parece resaltar que Beethoven le dio la vuelta
al significado del poema de Schiller
(acabo de caer en la cuenta, hojeándolo), con lo que la alegría, lejos de ser
un regalo de los dioses, se convierte en una conquista de los hombres a través
de la solidaridad. Y eso, en un hombre religioso como era nuestro gran
escrutador de las armonías del universo, es todo un ejemplo de independencia y
modernidad. De su grandeza y popularidad, a pesar de su carácter bronco, dan
idea las más de veinte mil personas que asistieron a sus funerales y las
palabras del poeta Grillparzer ese
día: Cuantos vengan detrás de él tendrán que empezar de nuevo, porque ha
llevado la música a los mismos límites del arte.---------------------------------
(*) La inclusión de voces no había despertado más que malos augurios. Pero su éxito hizo que otros muchos continuaran esa fusión sinfónica de voz y orquesta -principalmente, Malher-, y que incluso Schoenberg agregase la voz a su segundo cuarteto.
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