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martes, 17 de diciembre de 2013

El abrazo del verso

Sibelius / Jarvi: El cisne de Tuonela

Sintió que la invasión de la palabra lo arrastraba hasta el folio. Tenía que escribir las emociones que tal vez no sentiría ni podría escribir si lo dejaba para luego. 

- Ella me espera, pero lo entenderá

Le esperaban su rostro, sus ojos fascinados, su pecho hermoso y lácteo, su amor poderosísimo. 

- Lo entenderá: ¡Tantas veces me ha dicho que si algo se interpusiera entre mi arte y yo, y fuera ella, se quitaría la vida, o desaparecería! 

De modo que no se limitó a trazar un esbozo, sino que se detuvo a prolijar, a exponer la ingravidez de los matices, a trasvasar el olor de su verso, a preferir la palabra a la carne, la cadencia del cuerpo, el pálpito del labio enhebrándose en besos... Y terminó el poema de amor que había preferido al amor de la mujer que lo inspiraba. La palabra poética invocaba y evocaba la historia de un amor que no era sino la suma de todos los amores de la Historia y la leyenda. Todo era evanescente como un claro de luna, y tan frágil y etéreo como un sueño que fuera a realizarse. La realidad había sido suplantada por la idea de la misma.

Cuando llegó no estaba. 

Tampoco al día siguiente la encontró. 

Ni después. 

No tuvo más remedio que aceptar como válida la frase que, simple teoría previsoria, escribiera años antes: Cuánta vida hay en la vida y cuánta muerte en la escritura. Pero es tarde.