LISBOA REGRESO
El río disuelve la imagen crepuscular de
la ciudad.
Una luz lívida, como polvo de nieve,
viste el barrio. Lentamente, la noche va escondiendo Lisboa. La velocidad de
las tareas cotidianas ha cejado.
La ciudad parece iluminarse desde su
interior más secreto donde late un corazón muy antiguo.
Lisboa se transforma así en el lugar
privilegiado para la invención de la escritura. En ese lugar me muevo y me
encuentro, y en él me hundo en travesías, seducciones, olvidos.
No existe el tiempo. El tiempo del mundo
se detuvo a las puertas de la noche de Lisboa.
Camino; las sombras de la ciudad van
revelando, poco a poco, rostros que despiertan a la noche, gestos cómplices,
cuerpos, atrevimientos inesperados, danzas, seducciones…
Camino por la ciudad que se ofrece a la
voluptuosidad de la mirada. Al fondo de las calles y de las escaleras, en el
pulmón de la noche, el Tajo, esa presencia invisible que, a veces, nos cala los
huesos con su canto de neblinas grises.
Y voy de callejón en callejón, de bar en
bar, de aroma en aroma, de mirada en mirada, conozco la ciudad como conozco las
líneas de mis manos.
La recorro, hace años ya, como si
esperase no sé bien qué, como si en esa espera, un día, acabara por revelárseme
otra ciudad, o un rostro me incendiase los dedos, o una callejuela vista al
fondo de un sueño se llamase Travesía de la Espera, o una pasión cualquiera,
allí en el Príncipe Real, me traspasase el corazón…
En estado de enamoramiento avanzo noche
adentro. Amo esta ciudad, secretamente, hasta que estalla el alba.
Pero las ciudades tal vez se han
metamorfoseado en desiertos donde nos acostumbramos a pasear la melancolía.
Lisboa es, probablemente, uno de esos
desiertos; el más melancólico que conozco.
A pesar de todo, nunca se está solo en
esta ciudad. Hay siempre una mirada de soslayo que nos sorprende, una sonrisa
maliciosa, un gesto inesperado, una derrota de amor. Una carcajada loca que se
pierde de calle en calle, como en un laberinto…
Y en la memoria de quien pasó por Lisboa
existe, casi siempre, un jardín misterioso para el encuentro, una explanada
para quemar la espera ante un café.
Vivo en Lisboa como si viviese en el fin
del mundo, o en un lugar que reuniese vestigios de toda Europa. En cada esquina
me encuentro reminiscencias de otras ciudades, de otros encuentros, de otros
viajes.
Aquí, todavía es posible inventar una
historia y vivirla. O quedarse así, inmóvil, mirando al río y fingiendo que el
Tiempo y Europa no existen, y Lisboa, si calla, tampoco.
©Índigo – 2013 (Nuria P. Serrano), de la imagen y la
traducción.
LISBOA REGRESSO, AL BERTO
O rio dissolve a imagem crepuscular da cidade.
Uma luz lívida - como poalha de neve - veste o casario. A
noite, com vagar, esconde Lisboa. A velocidade das tarefas quotidianas parou.
A cidade parece iluminar-se a partir do seu interior mais
secreto, onde lateja um coração muito antigo.
Lisboa transforma-se assim no lugar privilegiado para a
invenção da escrita. Nesse lugar me movimento e me encontro, e nele me perco em
travessias, seduções, esquecimentos.
Não há tempo. O tempo do mundo parou às portas da noite
de Lisboa.
Caminho, as sombras da cidade vão revelando, pouco a
pouco, rostos que despertam para a noite, gestos cúmplices, corpos,
atrevimentos inesperados, danças, seduções…
Caminho pela cidade que se oferece à la voluptuosidade do
olhar. Ao fondo das ruas e das escadinhas, no âmago da noite, o Tejo, essa
presença invisível que, por vezes, nos aflora los huesos com seu canto de
ternas neblinas.
E vou de beco em beco, de bar em bar, de aroma em aroma,
de olhar em olhar, conheço a cidade como conheço as linhas das minhas manos.
Percorro-a, há anos, como se esperasse não sei bem o quê,
como se nessa espera, um dia, acabasse por se me revelar uma outra cidade, ou
um rosto se me incendiasse nos dedos, o uma ruela apercibida ao fundo de um
sonho se chamasse Travessa da Espera, o uma paixão qualquer, ali ao Príncipe
Real, me magoasse o coração…
É em estado de enamoramento que avanço noite dentro. Amo
esta cidade, secretamente, até ao romper da alba.
Mas as cidades talvez se tenham metamorfoseado em desertos onde nos habituámos a passear a
melancolia.
Lisboa é, provavelmente, um desses desertos; o mais
melancólico que conheço.
A pesar de tudo, nunca se está só nesta cidade. Há sempre
una olhadela de soslaio que nos prende, um sorriso malicioso, um gesto
inesperado, uma derrota de amor. Uma gargalhada louca que se perde de rua em
rua, como num labirinto…
E na memória de quem atravessou Lisboa existe, quase
sempre, um jardim misterioso para um encontro, uma esplanada para queimar a espera diante uma bica.
Vivo em Lisboa como si vivesse no fim do mundo, ou num lugar
que reunisse vestígios de toda a Europa. A cada esquina encontro reminiscências
doutras ciudades, doutros encontros, doutros viagens.
Aqui, ainda é possível inventar uma história e vivê-la.
Ou ficar assim, parado, ao olhar o rio e fingir que o Tempo e a Europa não
existen, y Lisboa, se calhar, tambem não.
©Al Berto en O
anjo Mudo (Ediciones Assírio
Alvim, Tercera Edición, Marzo 2012, ISBN 978‑972‑37‑0519‑5, págs.: 39-41)
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