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viernes, 5 de julio de 2013

Traducción (VIII): Al Berto (Versión de Nuria P. Serrano)


LISBOA REGRESO


El río disuelve la imagen crepuscular de la ciudad.
Una luz lívida, como polvo de nieve, viste el barrio. Lentamente, la noche va escondiendo Lisboa. La velocidad de las tareas cotidianas ha cejado.
La ciudad parece iluminarse desde su interior más secreto donde late un corazón muy antiguo.
Lisboa se transforma así en el lugar privilegiado para la invención de la escritura. En ese lugar me muevo y me encuentro, y en él me hundo en travesías, seducciones, olvidos.
No existe el tiempo. El tiempo del mundo se detuvo a las puertas de la noche de Lisboa.

Camino; las sombras de la ciudad van revelando, poco a poco, rostros que despiertan a la noche, gestos cómplices, cuerpos, atrevimientos inesperados, danzas, seducciones…
Camino por la ciudad que se ofrece a la voluptuosidad de la mirada. Al fondo de las calles y de las escaleras, en el pulmón de la noche, el Tajo, esa presencia invisible que, a veces, nos cala los huesos con su canto de neblinas grises.
Y voy de callejón en callejón, de bar en bar, de aroma en aroma, de mirada en mirada, conozco la ciudad como conozco las líneas de mis manos.
La recorro, hace años ya, como si esperase no sé bien qué, como si en esa espera, un día, acabara por revelárseme otra ciudad, o un rostro me incendiase los dedos, o una callejuela vista al fondo de un sueño se llamase Travesía de la Espera, o una pasión cualquiera, allí en el Príncipe Real, me traspasase el corazón…
En estado de enamoramiento avanzo noche adentro. Amo esta ciudad, secretamente, hasta que estalla el alba.
Pero las ciudades tal vez se han metamorfoseado en desiertos donde nos acostumbramos a pasear la melancolía.
Lisboa es, probablemente, uno de esos desiertos; el más melancólico que conozco.

A pesar de todo, nunca se está solo en esta ciudad. Hay siempre una mirada de soslayo que nos sorprende, una sonrisa maliciosa, un gesto inesperado, una derrota de amor. Una carcajada loca que se pierde de calle en calle, como en un laberinto…
Y en la memoria de quien pasó por Lisboa existe, casi siempre, un jardín misterioso para el encuentro, una explanada para quemar la espera ante un café.

Vivo en Lisboa como si viviese en el fin del mundo, o en un lugar que reuniese vestigios de toda Europa. En cada esquina me encuentro reminiscencias de otras ciudades, de otros encuentros, de otros viajes.
Aquí, todavía es posible inventar una historia y vivirla. O quedarse así, inmóvil, mirando al río y fingiendo que el Tiempo y Europa no existen, y Lisboa, si calla, tampoco.

©Índigo – 2013 (Nuria P. Serrano), de la imagen y la traducción.


LISBOA REGRESSO, AL BERTO

O rio dissolve a imagem crepuscular da cidade.
Uma luz lívida - como poalha de neve - veste o casario. A noite, com vagar, esconde Lisboa. A velocidade das tarefas quotidianas parou.
A cidade parece iluminar-se a partir do seu interior mais secreto, onde lateja um coração muito antigo.
Lisboa transforma-se assim no lugar privilegiado para a invenção da escrita. Nesse lugar me movimento e me encontro, e nele me perco em travessias, seduções, esquecimentos.
Não há tempo. O tempo do mundo parou às portas da noite de Lisboa.

Caminho, as sombras da cidade vão revelando, pouco a pouco, rostos que despertam para a noite, gestos cúmplices, corpos, atrevimentos inesperados, danças, seduções…
Caminho pela cidade que se oferece à la voluptuosidade do olhar. Ao fondo das ruas e das escadinhas, no âmago da noite, o Tejo, essa presença invisível que, por vezes, nos aflora los huesos com seu canto de ternas neblinas.
E vou de beco em beco, de bar em bar, de aroma em aroma, de olhar em olhar, conheço a cidade como conheço as linhas das minhas manos.
Percorro-a, há anos, como se esperasse não sei bem o quê, como se nessa espera, um dia, acabasse por se me revelar uma outra cidade, ou um rosto se me incendiasse nos dedos, o uma ruela apercibida ao fundo de um sonho se chamasse Travessa da Espera, o uma paixão qualquer, ali ao Príncipe Real, me magoasse o coração…
É em estado de enamoramento que avanço noite dentro. Amo esta cidade, secretamente, até ao romper da alba.
Mas as cidades talvez se tenham metamorfoseado em desertos onde nos habituámos a passear a melancolia.
Lisboa é, provavelmente, um desses desertos; o mais melancólico que conheço.

A pesar de tudo, nunca se está só nesta cidade. Há sempre una olhadela de soslaio que nos prende, um sorriso malicioso, um gesto inesperado, uma derrota de amor. Uma gargalhada louca que se perde de rua em rua, como num labirinto…
E na memória de quem atravessou Lisboa existe, quase sempre, um jardim misterioso para um encontro, uma esplanada para queimar a espera diante uma bica.

Vivo em Lisboa como si vivesse no fim do mundo, ou num lugar que reunisse vestígios de toda a Europa. A cada esquina encontro reminiscências doutras ciudades, doutros encontros, doutros viagens.
Aqui, ainda é possível inventar uma história e vivê-la. Ou ficar assim, parado, ao olhar o rio e fingir que o Tempo e a Europa não existen, y Lisboa, se calhar, tambem não.