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miércoles, 17 de julio de 2013

De la autosuficiencia

Mansell: Réquiem por un sueño

1.- La libertad es el principio y fin de nuestra dignidad. Ser libre significa habernos forjado una conciencia lo suficientemente propia como para enorgullecernos de nuestros aciertos y no acusar a nadie de nuestros errores: de este modo, desamparados de cualquier providencia y dueños de nuestro destino, nosotros elegimos el fin, el camino y el método. 
     Aunque, si bien lo consideramos, más que ser libres, pretendemos que nos dejen en paz para hacer lo que nos plazca, sin deudas éticas ni responsabilidades. 
     Decimos que nuestra vida es nuestra, que nuestro deber consiste en no dejarla esclavizar, y que nadie tiene derecho a entrometerse en ella. Añoramos compañía; pero no estamos dispuestos a pagar su tributo. Nos sentimos solos entre la multitud; y maldecimos el mundo porque no nos trata como creemos merecer. No obstante, nos proclamamos autosuficientes sin reparar en que rompemos las fronteras del egoísmo y la misantropía. Creemos que ese egoísmo nos conducirá a un ocioso bienestar, a librarnos de las obligaciones de la convivencia, a tener todo el tiempo para nosotros. En verdad, a los demás solo los necesitamos para que nos procuren esa irresponsable autosuficiencia.

2.- ¿No dependemos de nadie? Por lo pronto, reparo en que estoy escribiendo. Alguien se esforzó en traducir a signos el sentimiento, el pensamiento, la voz; y no fui yo. Alguien ideó instrumentos con los que grabar esos signos; y no fui yo. Alguien, a través de milenios, pulió piedras, cultivó helechos, inventó tintas, disecó pergaminos, construyó prensas, talló plumas... y tampoco fui yo. Alguien me enseñó a hablar, a pensar, a escribir... mientras yo comía y bebía alegremente, preso en la beatitud de la niñez.

3.- Ahora, olvidado mi origen, voy al supermercado, a la farmacia, al quiosco de periódicos, aquí y allá, y allá y aquí, adquiero cuanto necesito y regreso a mi casa, cierro la puerta para defenderme del vecino y me siento a comer ante el televisor; y me digo que nada debo a nadie porque con mi trabajo pago lo que compro, lo que visto, lo que gasto. Sin embargo, detrás, delante o por encima de mi puesto de trabajo está el arquitecto que diseñó el edificio en el que duermo, el albañil que levantó sus muros, el forjador de hierros y ladrillos, el que hizo posible que iluminase mis noches con la luz, que escuchara una música o leyese un buen libro, el que instaló el teléfono, el agua y tantas cosas... Y detrás, o delante, o por encima, están los campesinos que sembraron semillas con unas manos que no fueron las mías; aquellos que recogieron la cosecha con unas manos que no fueron las mías; quienes acondicionaron su fruto con unas manos que no fueron las mías... hombres y mujeres, más hombres y más mujeres, muchos hombres y mujeres que pusieron a mi alcance cuanto preciso para mantenerme vivo, sano, confortable, hijo del bienestar, hermano de lo ocioso, padre de mi voluntad, dueño de una existencia libre para que pueda recordar, así, lo que me importa; o, incluso, olvidar lo que no me interesa tener en cuenta.

4.- Y aquí estoy porque he venido -¿o porque me han traído?-: con los pies dentro de unos zapatos de los que ya no puedo prescindir; vestido con una ropa de la que ya no quiero prescindir; viviendo en una casa de la que me resultaría difícil prescindir; ante una comida de la que me es imposible prescindir; rodeado de unas comodidades que me parecen imprescindibles; protegido por unos privilegios que considero imprescindibles; escribiendo que no necesito a nadie porque nadie es imprescindible. Yo, un liberado más; yo, nosotros, orgullosos sabios de la ignorancia que necesitamos imprescindiblemente creer que somos autosuficientes para consumar sin remordimientos nuestra insolidaridad. 

5.- Hemos echado a todo el mundo de nuestras vidas íntimas para que no las entorpezcan. Sin embargo, toda una muchedumbre se condensa en el guisante que acabamos de comer. Y, lejos de lo que pretendíamos, nos asedia un malestar: el de saber que somos reyes de una nada que llamamos yo, donde -como en la vida del ciudadano Kane- solo habitan la ausencia y la desolación. Porque nuestro íntimo nombre propio siempre es nadie si no significamos algo para alguien.
     Ojalá, para nuestra verdadera libertad y salvación, todos encontremos algún alguien que nos quiera como nos queremos a nosotros mismos.