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viernes, 19 de julio de 2013

El abrazo inconsútil

Debussy: El mar

No quería mostrar sus sentimientos por temor a que fueran heridos. Prefería desnudar su cuerpo a desnudar su espíritu. No obstante, él le decía que:

En un mundo que ha sustituido el ser por el parecer, mostrar solo el ser sin el parecer es, de por sí, una pose obstinada. Una inarmonía.

Existía una mutua atracción queriendo consumarse y destinada a ser ceniza sin haber sido fuego.

Cuando apretó sus pechos -que aún quemaban sus manos- en la noche encendida y mordió su garganta como un puma, se desató la sangre, se emocionó la estrella que miraba el abrazo. Pero el adiós se impuso y cada cual se fue con su amor innombrable. Y para qué decirse si la palabra nunca puede sustituir el diálogo de los cuerpos amantes. Aquella escalinata quedaba para siempre convertida en castillo del choque inexpugnable de sus sexos.

Su corazón brincaba como un potro salvaje. Se sintió como cuando nadaba en la piscina: por muchas vueltas que diese, por muchas horas que fluyera como una sirena, permanecía siempre en el mismo lugar y, por lo tanto, siempre llegaba al punto de partida: la inútil meta de los perdedores. Seguiría pareciendo lo que quería ser aunque no consiguiera ser lo que parecía. Y aquel instante pleno de lujuria y de sueños sería solamente un tatuaje en el viento de la noche fugaz.

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