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miércoles, 3 de julio de 2013

Queridísima lectora:

Honegger / Baudo: Chant de la joie

Hace un par de días, escribí en el blog:

Soñamos monstruos porque lo somos: porque anhelamos belleza, plenitud, eternidad.

Agradezco a una amable lectora que me animase a quebrantar mi fatalismo. Pero la vida nunca es suficiente para alcanzar esa "belleza, plenitud, eternidad", ni para renunciar a ello. Nada, sino la muerte, puede liberarnos de ese afán de vida. Solo nos queda soportar su dolor mediante la aceptación. Y ninguna Divinidad ni Artífice Supremo, ni principio de la Naturaleza, tiene derecho a infligirnos tal maldad. 
Es verdad que creamos lo que creemos: pero no siempre ni todos conseguimos creernos lo que creamos: y menos si son palabras: pensamientos, coartadas con las que exorcizar nuestros fantasmas.

Recuerdo la página en la que Robinson Crusoe, desesperado ante el mar, considera su situación y trata de convencerse de la compatibilidad de un Dios con la circunstancia en que lo ha puesto. ¿Hay alguien con mayor principio de supervivencia y autosuperación que el náufrago defoico?