Ligeti: Lontano
"Cuando escribo traduzco desde un idioma que no conozco a otro que también desconozco".
Durante muchos años esa fue la frase que sustentaba mi escritura: me descubría en mi pluma, broca errátil por los abismos de mi mente; y huía de lo escrito porque me arredraba el yo que hacía emerger. Así fue hasta Los ojos de la metáfora. Tuvieron que pasar tres quinquenios de afasia para que las palabras comprendieran que, si no sabían desde dónde traducían, sí debían revisarse a sí mismas hasta formalizar y troquelar lo traducido. Liberado, entonces, un poco de mí mismo, empecé a mirar hacia la luz. Atrás quedaron monstruos como este "Palimpsesto", en el que, como teselas, se fueron hacinando escepticismos, autodestrucciones y agonías:
cabalgada en la noche la tristeza
solitaria aventura del poema
el hombre es la autocrítica de dios
centauros acosando tu cintura
el éxtasis del verso eyaculado
limítrofe de dios y de satán
yo soy una elegía de este verso
una espiral eterna socavándote
matusalén murió de un tal suicidio
facsímiles de adán somos facsímiles
la obstinación del beso irrepetible
tus pechos y tu pubis prepuciados
el hombre es la autosátira de dios
insomnes pentagramas evocándome
discípulo del viento soy a veces
tus labios y tus ojos amorítimos
el vandalismo fálico de un coito
sinestesias de dios y de satán
el vómito del alma sobre el verso
una trepanación de dios preciso
el sátiro obstinado de mis muslos
la vida es la ortodoxia del suicidio
facsímiles de adán somos facsímiles
matusalén se suicidó por eso
yo me suicido en cada verso insomne
solitaria aventura del poema
el hombre es la eutanasia de un tal dios
el hombre es la eutanasia de un tal dios
o esta abisal mirada a la Metáfora:
con la mano de amianto trazo líneas
larvas esputos tanzas claves fuego
asomado al brocal de mi guarismo
y fulgentes latrías bruman niebla
dentro del lupanar de la memoria
ardiendo inexorable tiempo espacio
y yo dentro del cerco estatua altiva
cimbreada entelequia de la nada
errante contingencia del acoso
No leo mis libros una vez publicados: para qué, si ya los conozco; los escribí para liberarme, descubrirme, identificarme, saber cuál es mi nombre íntimo. Una vez desenmascarado el fragmento de identidad, qué menos que dignificarlo tratando de eliminar lo que se le escapó a la herrumbrosa pluma parlanchina. Pero hecho esto, releídas de mala gana las galeradas, y asumido que tampoco he conseguido librarme del que soy ni ser aquel que quise ser, para qué volver sobre ellos. Cuando pasan años, sí: para tachar o alterar en la antología presunta, alejarme más del que ya fui, acercarme al que anhelé. Para eso es preciso un ejercicio de introspección autocrítica en el que aceptar el fracaso vital y literario y sosegar el desbocamiento de los corceles de la inidentidad, como en este escribiviente "Sístole":
Preguntas por
tu vida y no responde
ni el verso, ni
la edad, ni la memoria.
Preguntas por
tu vida y solo quedan
ruinas de
identidad, fósiles vanos.
Nada has hecho
que dé fulgor al hombre
y nada dignifica
tu existencia.
Sentir que quien no ha escrito no ha vivido
es la sabia
mentira en que viviste
y es la frágil
verdad que no te basta.
Pretendes
aceptar que la escritura
es la absoluta
solidaridad.
Pero la vida es
más que la palabra.
No es un libro
este mundo. El corazón
quiere tacto,
no pluma; es una página
donde la
humanidad lee su misterio.
Preguntas por
ti mismo y sólo escuchas
un olvido
estridente que te acosa:
la voz de
quienes aman, sufren, viven.
En fin: no es fácil asimilar que los sueños son, en realidad, devastaciones y que todo poema, como toda vida, es una derrota.
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