Prokofiev: Los caballeros
¿Qué
hacer cuando, inesperadamente, todo se vuelve contra nosotros y el
mundo parece un lugar inhabitable? ¿Despreciar como nos desprecian?
¿Actuar como si la mejor defensa fuera el ataque? ¿Crear mayor
violencia respondiendo a la de quien nos hostiga? Solo en tiempo de
paz vemos la verdadera dimensión de la guerra y sus estragos, sea
entre individuos o naciones. Así que cuanto antes desterremos la
agresividad, recurramos a la templanza y pacifiquemos los impulsos,
antes el corazón dejará libre la conciencia para que su visión sea
equilibrada.
Por
ejemplo: cuando se nos insulta, tenemos dos opciones: sentirnos
insultados -porque nos sabemos culpables- y responder insultando
-como un acto reflejo que la imperante ley de la fuerza aplaude en
esta sociedad- o detener la compulsión agresiva porque nos sabemos
inocentes y porque, en cualquier caso, no hay mayor ofensa para el
agresor que la indiferencia.
Las guerras literarias, por ejemplo, siempre enconan la pluma, y Quevedo, sitiado por todas partes y sitiador de todos, escribió: Muchos dicen mal de mí
y yo digo mal de muchos;
mi decir es más valiente
por ser tantos y yo uno.
Pero el silencio desarma al que grita, como el gesto pacífico desconcierta al violento. Cuando alguien nos chilla es difícil oírlo, por más que los oídos se estremezcan ante su pataleo. Y aun, si acaso lo oyéramos, ¿qué decir? La sociedad prefiere una mentira convincente a una pobre verdad. Además: la valentía no consiste en luchar contra la necedad, sino en mantenerse al margen de ella, digan lo que digan cuantos nos rodean: ¿no es preferible ser nadie en un mundo en el que ser alguien significa haberse vendido a las estratagemas y las convenciones de la fama o el cotilleo?