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jueves, 23 de enero de 2014

III. Ana Belén Rodríguez de la Robla: HETERODOXIA Y AGONÍA EN EL POETA ANTONIO GRACIA (III)

CONFERENCIA: UN DESTRÓZATE MÁS UNA HEREJÍA»
HETERODOXIA Y AGONÍA EN EL POETA ANTONIO GRACIA (III)

III. Palimpsestos y blasfemias
Palimpsesto es la supremacía de las posibilidades del poema como arma arrojadiza contra Dios y contra el mundo. Pero Palimpsesto es también la sepultura del autor, la negación del poema, la insatisfacción del hombre, el dolor de someterse a la escritura, la confusión entre escribir-vivir-morir. Ya en La estatura del ansia había algunas sugerencias que apuntaban en este sentido (verbigracia, en «Mosha Bieda» se declara que «el verso es un cáncer»: es decir, algo con vida propia, algo que, paradójicamente, crece a costa de la vida que succiona al cuerpo al que acaba por matar).
        De Palimpsesto se ha dicho que es la construcción de una muerte literaria; algo con lo que yo no me muestro muy acorde. La boutade de aparentar su defunción Antonio Gracia en la solapa del libro, de dedicarlo fúnebremente a su memoria y a la vez de subtitularlo «Postumario», a la manera de un legado poético que al azar se descubriese para un hipotético lector de poesía (o quizá nadie), es una más de las muchas máscaras que encantan al poeta, pero desde luego no un motivo suficiente para pensar en un contenido coherente con tal definición. El palimpsesto, en todo caso, en tanto superficie que se borra y se re-borra para recibir nuevas palabras, designa las diferentes reescrituras de la historia literaria. Y con esta idea enlaza a la perfección la mención que hace al plagio Antonio Gracia en las páginas con que encabeza su versal testamento de difunto poemático.

       Gracia llama impropiamente -y a propósito- plagio a los versos que a la luz y sin alevosía toma prestados de otras plumas, llama impropiamente plagio -y a propósito- a la reescritura que de ellos hace en sus poemas y al sentido nuevo -o ancestral, más bien- con que los dota para buscar nuevas respuestas (¿para buscar nuevos tormentos?). Hölderlin entendía esto muy bien cuando decía que «la literatura, en su fluir, hace mutar la esencia del mundo» (3)…
     En «Poème d’un autre», Garcilaso (entre otros varios: Quevedo, Lope, Poema de Mío Cid, canciones de amigo…) presta su voz «al otro» (al mismo) Antonio Gracia para dibujar una identificación blasfema entre la creación literaria y la creación divina, y para señalar al tiempo lo inútil de semejante espejismo:

si de mi baja lira tanto pudiese el son
escribiría un verso como una guadaña
donde apoyar este cuello que iergue el fraude de mi mente
obstinada en ser dios o en ser poema
inédito   creador   definitivo

La fuente en la ceniza

     La imagen del verso como guadaña guarda parentesco con la del «verso cáncer» que figuraba en «Mosha Bieda» y que antes mencioné, o con la del «verso bisturí» que aparece, por ejemplo, en el poema «Stigma». Por otra parte, es detectable una distancia entre el poema (las sacras, «genitales leyes del poema» que se mencionan en «Incunable») y el hecho yermo de escribir, y por supuesto entre el poema y el vivir; no existe una identidad entre ambas realidades, con lo que ello supone de laceración personal para el autor, o al menos de duda constante y tortuosa. Antonio Gracia, dios y criatura, muerto viviente y vivo muriente, lienzo raspado hasta la sangre para recibir palabras de otros, trabaja masturbatoriamente esas palabras para perfilar un retrato de sí propio. Pero el fracaso acecha en los recodos inmediatos del poema; así en «Onanismo»:

todo poema tiene la forma de mi rostro
o me mira diciéndome que debiera tenerlo
yo esculpo miembro a miembro los versos biselados
persiguiendo lo exacto de todo autorretrato
a veces las palabras hacinadas
levantan su estatura y me muestran su autopsia
yo devuelvo el cadáver a su féretro
después de haberme muerto un poco más
medito la estructura de mi muerte
y me ubico de nuevo en la punta de mi pluma
como un jíbaro terco e insaciable
o regreso a mi mente observándome si
todo poema tiene la forma de mi rostro
o me mira diciéndome que debiera tenerlo

De este modo, la soberbia actitud del creador poético resulta a la fuerza un poco histriónica, un tanto patética por sufriente y lastimera. Dios es una infamia pero el poeta es tan sólo una caricatura escueta, un manipulador de sombras como paupérrimos designios de los hechos y las cosas, según Demócrito quería. Esta inutilidad, esta «impotencia» última de las palabras, se anuncia en «Hordas»:

alguien que puso nombres a las cosas
el vértigo inició de un cataclismo
que llega de metáfora en metáfora
a engendrar esta afasia literaria
tras la que cualquier verso es la parodia
de un hombre disfrazado de creador:
y de hombre en hombre el gesto mudo avanza
hasta mí como un cónclave de muerte
o suicidio o grotesco verbalismo
que llega de impotencia en impotencia
a engendrar esta afasia literaria

      La herejía del libro, no obstante, prevalece por encima de la conciencia de la palabra falaz o insuficiente. En el poema «Palimpsesto» hombre y dios se enfrentan hasta confundirse mutuamente, hasta hacerse carne arracimada, hasta compartir el verbo miserable y sus humores. De esa escatológica fusión surge el poeta, que se permite fustigar a un dios menor fustigándose a sí mismo:

el hombre es la autocrítica de dios
[…]
el éxtasis del verbo eyaculado
limítrofe de dios y de satán
[…]
el hombre es la autosátira de dios
[…]
el hombre es la eutanasia de un tal dios

Lo que es el paso previo necesario para lograr al fin supeditar la idea consoladora de Un Tal Dios a la idea tortuosa del Hombre Que Escribe.
Ana Belén Rodríguez de La Robla
Universidad de Cantabria (España).
Miembro de la Junta de Gobierno de la Sociedad de Investigación
Menéndez Pelayo (Santander).
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