Rachmaninoff: Preludio 3, 2º
El Reino
Menguante
Es un espacio triste y sin reflejos. La
corte es escasa
y el tiempo abunda y sobra y entorpece.
Aquí hubo días mucho más felices;
épocas pequeñas, desapercibidas,
instantes juglares
entre hamacas y sábanas.
Éramos entonces, tú y yo, muchos.
¡Viva, pues, mi reino menguante! Reino
de fango
/ y de retazos.
/ y de retazos.
Trono del resquemor
de los pavos reales en llamas y en
huída,
de agónicos rosales y setos sin podar,
de barro en el parqué,
de lámparas de araña atropelladas.
Viva este hueco preñado. Cada día menos,
cada día
más inútil para el paseo.
Caballerizas hediondas, fuentes estancas
y febriles.
Ni una rana, ni un pájaro perdido.
Ni un cartílago libre de ponzoña.
Pero no te has marchado todavía.
Estás aquí.
Lo envuelves todo, aprietas las paredes
que crujen, que ceden. Caen los últimos
cuadros
y encadenado ha muerto de hambre el
perro.
Y escribiré las crónicas de este imperio
si no es tarde ya.
Hablaré allí de las tardes que aquí
nacieron,
de las hordas de amor y de las noches,
de las guerras perdidas, de los muertos,
de los antiguos héroes y del vasto horizonte
siempre por conquistar.
Viva el último viva de mi reino
menguante,
el reino que fue nuestro y ahora odio
porque es mío.
Y un rápido vistazo al palacio doliente
que celebra
la anorexia incurable de sus muros.
Y una última palabra que se exprime
antes de que no quepa ya mi culpa
ni el cadáver de todos nuestros planes
ni la corona amarga de mi
arrepentimiento.