Orff: Fortuna imperatrix mundi
Si hay tantas tesis doctorales sobre autores que no supieron escribir es porque los doctorados no saben leer. Es uno de nuestros males: la enseñanza ya no tiene nada que ver con la educación.
Lo más difícil de aprender es que lo que nos han enseñado puede ser un error: creamos el mundo a partir de la información y los criterios que recibimos; nuestro mundo sería otro si otros fuesen nuestra información y nuestro juicio.
No hemos aprendido que admitir un error no es un atentado contra nuestro yo, sino que significa orientarlo hacia la verdad. La miopía del ego ciega la razón y nos apresa en la contumacia. Chovinismos, racismos, religiosismos, xenofobias, intolerancias... son todo fanatismos procedentes de ese aprendizaje que no queremos cuestionar porque nos hemos instalado en una confortabilidad de biempensantes que es una complicidad disfrazada de solidaridad. Solo cuando dejamos de creer que estamos en posesión de la verdad somos capaces de razonar y desenmascarar las mentiras en las que creemos no creer.
Pero entonces es tarde: y los tercermundismos han dejado multimillones de cadáveres porque nos convencimos de que nuestros euros no iban a llegar a su destino: como si llegaran sin salir de nuestra cuenta bancaria. Y los novelones, versolarios, autoayudismos y telebasuras (consecuencias todo de lo que se promulga desde los ministerios, colegios, universidades, púlpitos y plumas) han usurpado la labor de ejemplares dignos de ser ejemplos de dignificación, modelos para leer, escribir, divertirse: vivir.
El libro, el político, el caudillo religioso... ya no son líderes de la verdad, ni siquiera de una certeza honesta en la que confiar.
Hemos forjado un mundo solo definible con la frase del cuento de Pereda: "el que no te conozca que te compre". Lo malo es que ni siquiera podemos regalarlo. Y lo peor es que quien se esfuerza en mejorarlo acaba siendo devorado sin remedio.
(Bacon contraviniendo a Velázquez)