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sábado, 15 de marzo de 2014

Yo te premio, tú me premias...

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

No sé por qué quien consigue un premio literario se siente tan orgulloso o presume de ello. Hay tantos concursos que, a poco que no se escriba demasiado mal, o lo suficientemente mal como para estar a la moda de la última poética, lotería que cae. 
Por otra parte, incluso en los concursos más serios, prima, inevitablemente, el criterio del jurado: bastaría otro para que otra fuese la obra premiada. 
Así que el único atractivo que tiene un concurso es que conlleva la pronta edición del libro concursante. Ni siquiera que el autor vaya a ser más conocido supone un acicate, puesto que a los tres meses habrá otro ganador similar que sustituirá  al anterior en los papeles publicitarios. 
Y en cualquier caso, ¿quién prefiere ser conocido a reconocido? Pocos premios son reconocedores de un talento, y demasiados los que simplemente dan a conocer algo -o alguien- que, también demasiadas veces, ni siquiera debiera haber sido escrito. 
Pero somos demasiados intentando convivir, sobresalir, competir, triunfar... y creyendo que el aplauso de la multitud supone un mérito y no, tristemente, que el aplaudido se parece a esa muchedumbre sin rostro propio y con identidad de nadie.