He entrado en la casa de Valladolid que habitó Cervantes entre 1604 y 1606. Allí residía cuando se publicó Don Quijote, y cuando se le acusó de la muerte del caballero Ezpeleta; allí escribió alguna de sus novelas ejemplares.
Aunque soy ajeno al endiosamiento de los grandes hombres -que resultan admirables por parecer dioses a pesar de ser exclusivamente hombres-, no negaré que produce vértigo entrar en un recinto donde la inteligencia y la sensibilidad se dieron cita para producir obras gloriosas.
Muchas veces a lo largo de mi vida he considerado al ebrio en desgracias don Miguel "perdiendo" también su mano derecha y dándose a todos los diablos por no poder escribir, él tan comprendedor del ser humano y tan sabio consejero de los mismos.
Otro azar hubiese tenido si hubiera encomendado su destino al caballero don Quijote de la Mancha.
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... Y el hombre se hizo verbo (V): Cervantes
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