Hay demasiados celosos de su originalidad que temen publicar en internet por si los plagian (qué más quisieran algunos que ese mínimo honor).
No caen en la cuenta de que ningún registro de la propiedad es tan imperecedero e indeleble como el manuscrito virtual, testigo siempre fiel de quien primero entregó sus textos a la imprenta de la velocidad lecturofágica.
No caen en la cuenta de que ningún registro de la propiedad es tan imperecedero e indeleble como el manuscrito virtual, testigo siempre fiel de quien primero entregó sus textos a la imprenta de la velocidad lecturofágica.