Wagner: Dúo de amor de Tristán e Isolda
Se vio a sí mismo repetido en los escaparates con los que pretendía distraer su angustiosa culpabilidad:
- Tienes que decírselo; solo así descansarás y harás justicia... o, de lo contrario, debías haberte encadenado a algún cilicio, bromuro o similares...
- Pero... ¿yo qué culpa tengo de que la Naturaleza me exija continuos derramamientos de la sangre ambarina...?
Y repetido y repitiéndose, Príapo hablaba consigo mismo mientras oía otras voces dentro de él, fuera de él... con la persecutoria culpa persiguiéndolo y, simultáneamente, haciéndole temer el regreso al hogar.
Un antiguo amigo que pasaba por allí -porque el narrador de esta veraz historia así lo decidió- le dijo, tras confidenciarse con él, que lo pensara bien:
- ¿Pero tú sabes si eres el único que tiene algo que confesar? ¿No le ocurrirá lo mismo a ella? ¿Va a ser ella más feliz cuando conozca tus engaños, o se va a culpar de no haber sido suficiente para ti? ¿Preferirías que ella te confesara lo que quieres confesarle? Lo que tienes que hacer es callar y sufrir las consecuencias de tu "delito". ¿O te parece justo que sea ella quien pague con su sufrimiento al enterarse de tus libertades? Ese sufrimiento te pertenece: lo adquiriste al no respetar unas normas, no sé si buenas o malas, pero asumidas, por muy convencionales que se consideren. ¿Qué es más importante, tu verdad escondida o su ceguera feliz, tu liberación de tu culpa o su condena al dolor en cuanto se la hagas saber? La castración del erotismo libre porque una sociedad necesita que los padres estén seguros de que lo son -para asegurar el cuidado de los hijos- irá contra los impulsos de la Naturaleza, pero son leyes que aceptaste.
En fin: Príapo echó a correr por los laberintos de su mente y se alejó pensando que tal vez tendría que jugarse a cara o cruz el sí o el no de aquel dilema.
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