Xenakis: Metástasis
La construcción del poema, XX)
La muerte de la belleza
La muerte de la belleza
1.- Siempre ha buscado el hombre un paraíso que le hiciese olvidar los
infiernos que sufría: buscaba el Bien para curarse el Mal. Todos los oasis que
encontraba -vencer el frío o el hambre, superar las heridas, hallar reposo...-
se condensaron en soluciones para el cuerpo y, por fin, el espíritu: y este se
apaciguaba cuando sentía la dicha, el equilibrio del sosiego. Así nació su
culto: frente a la inarmonía del dolor, la armonía del placer de los sentidos: la contemplación y posesión de la Belleza. Y la ciencia y el arte buscaron la Belleza como una panacea. Y fue creado un canon. Podría resumirse así:
Si hay algo que hace que la vida
Si hay algo que hace que la vida
merezca ser vivida
es la contemplación de la belleza.
Pero el homo sapiens
progresa porque es un ser insatisfecho: necesita avanzar, inventar otras
formas, crear un canon nuevo -aunque todos respondan a mismo anhelo de plenitud-. De este modo fue como surgió la dispersión en la
búsqueda de una satisfacción que no debía ser conformista. A un canon estético se
sobrepuso otro, siempre innovando dentro de la tradición, única forma de
permanecer: el estático cambio. Y lo que en un principio eran originalidades
fueron tornándose bienes mostrencos y plagios, hasta caer en tópicos. La
belleza artística no podía aceptarse perfecta porque no lo es en la Naturaleza:
por lo tanto, era falso cuanto surgía y surgiese del anhelo, pues -anticipándose a la ley de Murphy- si es posible que ocurra lo peor, ocurrirá. De ahí que Argensola, contemplando el cielo a través del pesimismo,
escribiera: Lástima grande / que no sea
verdad tanta belleza.
Aplicado a la poesía amorosa, ya Shakespeare desconfiaba de la pertinencia del
esteticismo, en el soneto XVII:
¿Quién creerá en el futuro mis poemas?
/.../
el porvenir dirá: miente el poeta,
que ese rostro es de un dios, no de un humano.
Y Quevedo, burlescamente:
Sol os llamó mi lengua pecadora
y desmintióme a boca llena el cielo…
en vos llamé rubí lo que mi abuelo
llamara labio y jeta comedora…
¿Quién creerá en el futuro mis poemas?
/.../
el porvenir dirá: miente el poeta,
que ese rostro es de un dios, no de un humano.
Y Quevedo, burlescamente:
Sol os llamó mi lengua pecadora
y desmintióme a boca llena el cielo…
en vos llamé rubí lo que mi abuelo
llamara labio y jeta comedora…
2.- De ahí
que el “Soneto
de tus vísceras”, de Baldomero Fernández Moreno (1886-1950),
transgreda la tradición petrarquista, que es tanto como decir la lírica
hispánica desde Garcilaso. Cansado de leer las mismas
virtudes físicas de la amada con iguales metáforas y rimas semejantes, en vez
de exaltar el oro rubio del cabello, el clavel de los labios, las perlas de los
dientes, y otras clonaciones pocas veces fértiles del Renacimiento, Siglo de
Oro y Romanticismo, se aleja hasta el extremo opuesto del trovadorismo y canta las prendas verdadera y físicamente "íntimas" de la amada, las que hacen posible la vida y la
hermosura exterior, por muy gelatinosas o herrumbrosas que resulten. Este soneto, contraviniendo el canon, descarna el erotismo para
mostrar el embeleco y falsedad de la sublimación. Muchos dirán que es
antilírico, y tendrán razón. Pero la poesía -el arte- es antitodo;
es decir: antídoto contra el tópico, si bien, a veces, en casos como este, se
desvía en exceso por los caminos del antiesteticismo. Comoquiera, he aquí las
intimidades fisiológicas de Beatriz, Laura, Fianmetta, Elisa, Filis, Lisi y
tantas otras “madonnas” que enardecieron el corazón y los poemas de Dante, Bocaccio, Lope,
Quevedo... en un curso acelerado de autopsia, necrología y desenamoramiento:
Henry: Variaciones para una puerta y un suspiro
Soneto de tus vísceras
Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto
al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.
Canto a tu masa intestinal rosada,
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y
a tu matriz profunda y renovada.
Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.
Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo soy un sapo negro con dos alas...
3.- El hartazgo de lo establecido y el afán de originalidad abren su camino. La estética de la fealdad (que supone la muerte de la belleza convencional) ya está en Quevedo, el
tenebrismo, las pinturas negras y caprichos de Goya, el feísmo de El Bosco,
el desfigutativismo que lleva al abstracto, la inarmonía o armonía caprichosa
de las manchas sobre el lienzo... y persigue otras manifestaciones: los caligramas y el letrismo (la validez semántica de la letra o su disposición como si fuera un cuadro), Apollinaire,
el Altazor de Huidobro, Francisco
Pino, el glíglico de Cortázar,
el piano preparado de John Cage, el
ruido musical de Pierre Henry, Xenakis, Ligeti... Son múltiples los caminos de la imaginación creadora para plasmar o subvertir la
realidad: para desmitologizar y mostrar su poliédrica efigie.
El canon siempre está cuestionándose y, por lo tanto, también su construcción; aporta materiales de derribo: léxico ditirámbico, equilibrismo sintáctico, hiperbolismo, realidad, irracionalidad... y también contención... Es un proceso de Sísifo, que trepa hasta la belleza o hacia la perfección y descree de ella para buscarla de otro modo, convirtiendo las viejas ruinas en nuevos castillos.
El canon siempre está cuestionándose y, por lo tanto, también su construcción; aporta materiales de derribo: léxico ditirámbico, equilibrismo sintáctico, hiperbolismo, realidad, irracionalidad... y también contención... Es un proceso de Sísifo, que trepa hasta la belleza o hacia la perfección y descree de ella para buscarla de otro modo, convirtiendo las viejas ruinas en nuevos castillos.
Cada ser sintiente tiene una experiencia estética y una visión de lo bello, consecuencia de sus genes sensibles y su esfuerzo intelectual. Buena es la experimentación, la libertad, la búsqueda, la pérdida, la desnortación. Pero la Belleza nunca morirá porque es sinónimo
de equilibrio, plenitud, paraíso, luz, eternidad... todo aquello que el hombre ansía y necesita para seguir viviendo. Y porque sigue vigente la afirmación de Platón (la belleza es el esplendor de la verdad) que poetizaría Keats: Belleza es verdad y verdad es belleza; y eso es lo que anhela el hombre. Por eso también son efímeros quienes se exceden en sus hiperbellecismos mestureros, como, por citar algunos, los estetas más contumaces del Modernismo o de los "novísimos" venecianos. Y aquellos que buscan, o encuentran, una antiestética en la alevosía del mierdismo: Leopoldo Mª Panero o Roger Wolfe.
No importa que la mayoría se equivoque cuando busca rostros para la Belleza al margen de la tradición universal adentrándose por los arrabales de la estética: siempre existirá una minoría que la encuentre y ofrende a los demás. Aunque sea esa minoría de uno que llamamos individuo.
No importa que la mayoría se equivoque cuando busca rostros para la Belleza al margen de la tradición universal adentrándose por los arrabales de la estética: siempre existirá una minoría que la encuentre y ofrende a los demás. Aunque sea esa minoría de uno que llamamos individuo.
La construcción del poema