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jueves, 7 de noviembre de 2013

José María Barrera: Fragmentos de identidad

Xenakis: Metástasis

Fragmentos de identidad.
Antonio Gracia
Aguaclara

       Pocas veces la poesía se ofrece en toda su "descarnalidad" léxica y rítmica, como acto puro de revelación de un estilo, por encima de cualquier consideración moralista. Ya Rimbaud intuyó esto en su libro Una temporada en el infierno: "Vi que todos los seres tienen una fatalidad de felicidad; la acción no es la vida, sino una manera de estropear alguna fuerza, un enervamiento".
       Y así sucede con Antonio Gracia en esta antología que recoge, junto a un cuarto, tres poemarios publicados en las dos últimas décadas: La estatura del ansia, Palimpsesto y Los ojos de la metáfora.
       Entre el "desgarrón afectivo" de Quevedo y las "iluminaciones" del nacido en Chaterville, nuestro autor "identifica" la lírica -esas sinfonías conmovedoras, alquimias del verbo- con la "autocomunicación": "un poema es la anagnórisis de un ser consigo mismo". En la eterna búsqueda del hombre, entendido como armonía de tensiones opuestas y proyección hacia lo que le rodea, encuentra la "inmolación" de su propia identidad: "escribir es un riesgo a vida o muerte". Gracias a esta tentación de plena vida ("sinestesia de la lucidez") aborda también la transgresión, el logaritmo del existir, último recurso frente a la cotidianidad.

       La parodia de frases vigentes en la lengua, así como el empleo de neologismos, encierran aquí una actitud deformadora, no al modo del juego frívolo barroco, sino en forma de expresión de contenidos afectivo-conceptuales que llegan hasta el mismo protagonista: "Asediado en el vértice del verso / antoniograciamuertemente hablando". Invirtiendo la gramática de las súmulas, el escritor halla su propia lógica, el discurso de ruptura de la introspección lírica: "espásmulos orgástulos crisálidas / las manos cercenadas sobre el págino". La mirada de la imagen, la "liturgia del holocausto" del poema, confiere carácter sublime a los efectos sorprendentes que nacen siempre del nuevo léxico.
       No están ajenos, en el volumen, el "adanismo" -que el creador del Buscón refiere como conjunto de gente desnuda -ni el tono epopéyico que recuerda al mejor Neruda. Gracia resuelve los tonos distintos de sus entregas con el equilibrio versal y "la formulación" de la materia sin importarle la "reescritura" (ese "ser otro") de los maestros (Garcilaso, Quevedo, Cervantes) y la enseñanza de los mitos (Penélope, Venus). 
       La consunción (por el tiempo, por la búsqueda desesperada de Dios) provoca un hondo sentido de dolor, la privación del consuelo. Y la indagación de esa contingencia, con el posterior naufragio tras el fracaso de comunicación, concluye en la difícil lección metafísica, en forma de máscara ("Sharon Tate no pudo amarme") o eslabón perdido ("donde yo no soy yo: solo mi plagio"). Por eso estos poemas descansan sobre unas raíces tremendistas: los nombres suenan perseguidos entre cónclaves y espejos en una nueva anunciación, más allá de la desolación de los sentidos, con esa memoria súbita del deseo o ansia que pide más cuerpo, más alma, acaso perder el respeto definitivo a esa "ley severa" que impide el retorno de la verdadera escritura.
                                        José María Barrera (ABC Cultural)

Sobre el autor

Ángel Luis Prieto de Paula: Reconstrucción de un diario

Ángel Luis Luján Atienza: A. Gracia bajo el signo de Eros

José Luis Gómez Toré: Fragmentos de inmensidad

Guillermo Carnero: Libro de los anhelos

JUAN COBOS WILKINS: Poesía como metamorfosis