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sábado, 16 de noviembre de 2013

El abrazo distante

Purcel: Lamento de Dido

No podía olvidar su presencia y su tacto, tantas veces oyendo el rumor de su sangre, su sonrisa feliz, paralelos los dos. Solo por ser pasado se convierten en nostalgia las cosas. Pero no: era aquella criatura, no su piel o su pecho tan amado y mordido, era aquella criatura, su amor enamorado, su inocente lujuria, su entrega sin preguntas, era aquella criatura quien lo ataba al recuerdo.

¿Viviría también recordando los días, los momentos, la dicha, y luego la desdicha de haberse dicho adiós? ¿Seguirían los dos unidos a lo lejos, más fuertemente ahora que no se compartían? 

¿Tal vez si diera un paso y dijera te quiero, tal vez si regresara y diera un solo abrazo chocarían de nuevo sus turbios corazones y explotarían juntos como si nada hubiera sucedido?

Salió a la noche y caminó sin norte. De repente se halló frente a la verja, a punto de pulsar el timbre y de subir y dar el gran abrazo. Se detuvo y anduvo: igual que un oleaje milenario o una flor cuyos pétalos guardan el gran secreto tras su deshojamiento. Pulsó el timbre, por fin: pero nadie le abrió.

Más allá, al mismo tiempo, en el extremo opuesto de la urbe, alguien llegaba después de muchas dudas: y quedaba en la calle porque nadie le abría y no podía decir déjame que te abrace.