Holts: Venus
Delia observa el paisaje mientras el tren corre y cuenta los árboles que van quedando atrás, igual que los recuerdos: queriendo repetirse en el mañana de una inútil nostalgia.
Su pecho henchido y firme respira como un trueno después del estallido de la carne en la noche brumosa.
Entra el tren en el túnel como un inmenso coito inesperado: unas horas más tarde, al llegar al hotel, Delia sufrirá la embestida de Nat mientras ella se obliga a dibujar entre las sombras la efigie de Guzmán: así, ¿durante cuántos años ya? ¿Cuántas veces ha mentido a su cuerpo convirtiendo el del otro en el cuerpo que ama?
La ventanilla se asoma al horizonte igual que ella a su vida: queriendo ver lo que ya quedó atrás como una vía muerta que prolonga el pasado pero no lo rescata.
Nat aprieta su mano: sentado junto a ella, tal vez ya sea consciente del engaño litúrgico, de la impostura con inútil disfraz. Acaso ve en el asiento libre la efigie de Guzmán.
Delia baja del tren, entra en la habitación. Es el mismo lugar en otro sitio. Ya en la cama, recibe en la invasión de su sexo a su amado fantasma: que, tal vez, vive -en otro lugar de cualquier mismo sitio - similar situación inevitable.
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