Strawinski: Apolo y las musas
La inspiración no es un vómito de las musas sobre nuestra pluma. Es verdad que en el laboratorio del cerebro se dan cita a veces los ingredientes imprescindibles para alcanzar un cierto grado de clarividencia. Pero la inspiración es un acto de concentración y serenidad en el que la palabra vislumbra su exacta geometría y se deja caer, por nuestro esfuerzo, como un tatuaje sobre el folio. En esos instantes -a veces inesperados como un súbito y urgente telegrama, otras mientras caminar significa pasear por nuestra mente, y en otras ocasiones buscados al provocar un breve trance- vemos lo invisible, oculto por el tráfago de otros estados de ánimo.
Ahí se congregan o bifurcan las opiniones sobre si el artista nace o se hace: pero este no podría hacerse si no naciera con determinadas cualidades ni si, aun con estas, no las trabajase. Y de ahí la validez de las afirmaciones de Wordsworth, Bécquer, Lorca, Valéry..., inclinadas a afirmar que el poema -la obra de arte- surge de la unión de lo que podríamos llamar el gen lírico y la artesanía del esfuerzo.