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sábado, 28 de mayo de 2016

Un yo de ocho mil millones


Chaikoski: El hada de azúcar (Cascanueces)


Qué fácil les resulta a muchos convencerse de lo que necesitan creer, caiga quien caiga -menos, aparentemente, ellos-. De nada sirve que les razonemos su equivocación, el sesgamiento de su perspectiva: permanecen en su contumacia porque a ella se han acomodado. Ellos son quienes detienen el mundo y lo enquistan en sus errores, creando la verdadera inquisición, que es la oposición a la verdad de que esta no tiene fronteras: y así nacen los fanatismos, la intolerancia, la incomunicación, la violencia... 
     Todos nos vemos por dentro y desde dentro, y por lo tanto subjetiva e interesadamente. Los otros nos ven desde su interior, y solo nuestro exterior: de modo que para los demás no somos lo que sentimos, sino lo que decimos y hacemos. Cada uno tenemos un yo, lo que significa que en el mundo hay ocho mil millones de yos en continuo trato de convivencia y, acaso, de presunta y mutua incomprensión. 
     Cuánto mejor nos iría si admitiéramos que reconocer un error significa mejorarnos, no anularnos. 
     Es el triunfo de la apariencia sobre la esencia, la mentira sobre la verdad, el famoseo y la envidia sobre la humildad, el qué diran sobre el quién somos. Hemos creado el mundo de la Enemistad, en el que solo sobrevive quien halaga. 
     Y todo desde que fuimos adoptando el poder del dinero como nuestro gran padre social. Así que ahora nuestros hermanos se llaman dinero, nuestros vecinos se llaman dinero, nuestro corazón se llama dinero, nuestra familia es el dinero. 
     Por este camino evolutivo pronto tendremos en el pecho una moneda en lugar de un corazón.