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miércoles, 25 de mayo de 2016

Para un orden social

Milhaud: La creación del mundo

El hombre es menos desdichado, o más feliz, cuando no tiene miedo: a la naturaleza, a la enfermedad, a la muerte... a sus propios semejantes. 
     Lo primero que el hombre tuvo que aceptar es que todo es más fácil para el grupo que para el individuo: y se agrupó con otros hombres en clanes, tribus, urbes, aunque esa convivencia le restase, más tarde, fragmentos de su albedrío.
     Difícil tarea la de diseñar una sociedad en la que todos gocen y nadie sufra. Pronto los bienes y los males comunes mostraron que no todos los percibían igualmente. La naturaleza nos ha creado desiguales física y síquicamente, y la civilización, queriendo potenciar la igualdad equitativa, no ha sabido evitar el incremento de las consecuencias de tal desigualdad. 
     Por ello, desde los orígenes ha existido la búsqueda de un paraíso humano -la utopía-, la formulación teórica de un locus amoenus en el tiempo que contuviese la dicha para que la disfrutasen igualmente todos los ciudadanos del mundo, del país, del entorno próximo. Utopías en el pasado, en el futuro: a fin de que se hicieran realidad en un presente indefinido y anhelado. Platón, Jesucristo, Francisco de Asís, Tomás Moro, Campanella, Rousseau, Huxley... describieron sendos edenes que sustituyesen el de Adán y Eva. 
     Pero no podría perfilarse una buena convivencia si no se advirtieran los peligros que entraña la misma sociedad. Y de ahí que junto a las utopías se hayan dibujado sus contrarios, las distopías, aquellos locus adversus en el tiempo a los que se vería abocado el hombre social cuando, buscando edificar un paraíso, construyera un infierno. Y así surgen El Bosco, Swift,  H. G. Welles, Orwell, Bradbury... 
     Se trata de soñar el sueño de don Quijote sin caer en el existencialismo de Hamlet ni en el eufórico y autoengañoso optimismo de Alicia; y, menos, en la pesadilla de tanto Hitler
     Pero, ¿cómo materializar un sueño?