Borodin: Nocturno (transcripción piano)
(Presunto verdugo de Trovadorius)
Los versos de Trovadorius (I)
Los versos de Trovadorius (VI)
XXXIX.- Crisoles
Se preguntan los ojos
de aquellos que nos miran
por qué huimos del mundo y su alarido
y vagamos, salvajes, por las playas.
¿Acaso es que no saben
que dos cuerpos amantes y encendidos
necesitan fundirse
como se forja un hierro en otro hierro?
XL.- Vestigio de los dioses
Escucha el corazón del mar: parece
el vagido del tiempo despertando
de alguna eternidad en que la nada
llenaba su vacío
con corales, estrellas y secretos.
De la sombra
brotó la luz, y de la luz la vida.
Como nave surgida
del firmamento y desde el horizonte,
el océano cósmico llegó
remando hasta esta playa: somos
vestigio de unos dioses
que construyeron la felicidad
con sortilegios. Mira
este grano de arena: fue el principio
y será el fin en el que, al cabo, todo
se origine de nuevo. No resulta
sencillo comprender
que en la Nada esté el Todo: pero siente
cómo todo el amor cabe en un beso
y acaso creerás
que nada hay imposible, y que te amo
con la fuerza del mar: mi corazón.
XLI.- El bálsamo y la furia
Has llegado y has visto mi tristeza
rondándome los ojos, cuando,
como a veces ocurre,
ni siquiera consigo dominarla
mirando el mar. Tus ojos
han caído sobre los míos y
te has abrazado a mí; luego tus ropas
han volado: y de repente siento
junto a mi pecho el tuyo transparente:
y entro en el agua del olvido y veo
disiparse mi niebla,
y veo
el tiempo y el espacio trascenderse:
veo cuevas, bisontes, altamiras,
pirámides, iglesias, rascacielos,
sortilegios y enigmas:
veo transfigurase mi congoja
en la indefinición de un elixir
constelado y balsámico:
porque me llevas lejos
de mí, a la estancia errante
que hay en tu corazón,
en ese cuásar
que desenvainas cuando
luchas con mi melancolía
y rescatas la dicha
que alguien me roba, a veces,
imponiendo su látigo.