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lunes, 29 de septiembre de 2025

La poesía causal.

Borodin: Nocturno

A) El hombre es un animal emocional que piensa para ordenar sus sentimientos. 
B) Por lo tanto, solamente influyendo en la raíz y causa del pensamiento, que es el sentimiento, puede cambiarse la forma de pensar. 
C) Por eso, por muy peregrino que parezca, la poesía auténtica -el sentimiento genuino, como esencia de toda literatura escrita por el hombre ético y no solo estético- es la que dicta los cambios sociales: porque las filosofías e ideologías se suceden unas a otras en el devenir de la Humanidad, pero los sentimientos nacen y se mantienen cada vez que nace un hombre.

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domingo, 28 de septiembre de 2025

Premoniciones



                                                                     Ligeti: Lux aeterna

Premoniciones


¿No has sentido en la noche sosegada 
un signo de fugaz premonición,
una inexacta efigie de exorcismo,
la llamada secreta de una voz
oculta previniéndote de un mal
o, quizás, orientándote hacia un bien? 
Es una ululación tenaz y hermosa
de un cancerbero desluzbelizado
que se asoma desde el infierno para 
avisarte de un fuego que te acecha;
o es el susurro de una gris sirena 
varada en su frugal felicidad, 
diciéndote que el cielo está muy cerca 
y te basta trepar un poco más
por la escala de la que desconfías. 
¿Jamás te ha sacudido ese Demonio 
investido de Dios, el dios diabólico? 
Escucha ese silencio luminoso.
Entra en tu corazón y abrázalo.


sábado, 27 de septiembre de 2025

Cuerpo y Alma | Cine Negro

Hoy empieza el futuro.


     Si pudiésemos comprimir los cuatro mil quinientos millones de años de edad de la Tierra en un solo día, y contemplar sus gráficos en un panel, veríamos -según William Bryson- que solo hacia las diez de la noche surgieron las primeras plantas terrestres; que hacia las 23 horas nacieron los dinosaurios; y que la vida homínida a la que pertenecemos apenas representa los últimos setenta y siete segundos de esas 24 horas. ¿Cuántos segundos nos quedan, y por qué nos autodestruimos y destruimos el planeta? 
     Necesitamos creer que la vida tiene un fin; pero, ¿y si la vida fuese solamente una pulsión de la energía del cosmos, que crea seres para descrearlos, y que somos materiales fungibles aunque nos soñemos inmortales, reencarnables, dignos de alguna metafísica misión? ¿Sería mejor atenernos solamente a la certeza de que los demás nos necesitan hoy? ¿O acaso los derechos humanos que hoy nos amparan no incluyen el amparo de nuestros descendientes y el deber de prevenir el mañana? 
    ¿No somos todos iguales? Compartimos con todos los seres humanos el 99’9 de nuestro ADN. Para mantenernos vivos, el corazón bombea unos 340 litros de sangre por hora, 8.000 litros al día, tres millones de litros al año, 225.000.000 durante una vida. Así desde nuestros inicios y hasta nuestra extinción. ¿Adónde conducimos esa torrentera? La verdad es que, por naturaleza, somos el último mono, lo que no significa que seamos el primer eximio, como demuestran nuestros excesos. Somos todos iguales excepto en nuestras concepciones de la igualdad, que es lo que configura el bienestar y el malestar de las sociedades. Cada sociedad se desintegra para integrarse en otra que debe ser mejor. Y ya no es posible vivir sin tener en cuenta que la nave espacial llamada Tierra necesita de nuestros cuidados si pretendemos continuar el viaje.
    Contra la creencia popular de que es improbable la vida extraterrestre, dice el Nobel Christian de Duve que la vida es una manifestación inevitable de la materia, y que las condiciones adecuadas para su aparición se dan un millón de veces en cada galaxia; lo que quiere decir que, solo en la nuestra, es probable que tengamos un millón de especies hermanastras. La Tierra ha engendrado -a lo largo de los cuatro mil quinientos millones de años de su historia- 30.000 millones de especies de criaturas, entre las que se encuentra el homo sapiens, cuya edad apenas llega al 0’0001 de la terrestre. ¿Cómo no admitir que lo mismo ha sucedido en otros lugares del universo y que existen otras inteligencias más sensatas? ¿Iremos en su búsqueda, como en una mala película ficticia, cuando aquí nos asfixiemos? ¿Encontraremos planetas también contaminados o repetiremos allí nuestros errores?
     


jueves, 25 de septiembre de 2025

TEST de 100 LIBROS ¿Cuánto sabes sobre libros y autores clásicos 📚 TRIVI...

A una dama inconsecuente


                                                                     Ligeti: Lux aeterna

A una dama inconsecuente

Amada mía: tú, 
mi gran amor, me dictas
lo que anhelas oír como si fueras 
autora de una fábula amorosa,
el gran teatro del mundo de este mundo.
Lloro por ti, por cuanto llorarás
cuando aceptes que tu verdad es esa
la de que necesitas engañarte 
para creer que es cierta tu mentira. 
Yo, que tanto te quise y aún te quiero, 
abjuro de tu turbia identidad.  
Antes eras 
hambre de amor y una mirada limpia; 
ahora muestras las manchas de una ciénaga
que te nubla los ojos y la mente.
No puedo convivir con quien no sabe 
vivir consigo mismo. Nadie puede  
ser el fantasma de quien quiere ser. 
Preciso es elejarnos y lograr 
morir lejos de aquellos en los que 
nos hemos convertido.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Jitanjáfora

Rimski: Sherezade.- El príncipe y la `princesa

Alegría pintaba sus sueños con los colores que tomaba del amanecer y de su carácter dulce y generoso. Era feliz mientras soñaba, y melancólica al temer que la realidad no cambiara bajo el embrujo de su melodioso esfuerzo. Lo cierto es que la ciudad no se convertía en palacio por más que lo intentaba, ni aparecía el príncipe transfigurador de su vida cotidiana en paraíso. No era capaz de entender que las maravillas y las rosas florecían en su corazón y no en las calles por las que transitaba. 

Su felicidad era un fragmento del pretérito que quería restaurar, una flor enmustiada que no reflorecería fuera de su corazón y de sus ensoñaciones. Creía que podía resucitar el pasado y convertirlo en futuro. Pero todo lo arrasa el tiempo con su furia. Porque en el país del tiempo solo existe el ahora. 

Así fue como la tristeza invadió su existencia. 

Su verdadero nombre era Jitanjáfora. Y otras veces Metáfora. Qué más da. Ella era quien creía ser. Ese es el gran error.


Égloga para piano

   

Katchaturiam: Adagio (Spartacus)        

Miénteme corazón, marchítame

En la arcadia del alma surgen sueños 
y brotan los delirios que convierten 
la vida en un infierno al no lograr
ser solo la materia del espíritu.
Encarnizadamente las estrellas,
banderas de la noche funeral,
acuchillan los ojos mientras yo,
seguido por los ángeles del cielo
y magmas del infierno redimido,
me afano en soliviar melancolías,
sueños, devastaciones, infinitos,
como si la palabra fuese un dios.
Pero el verbo solo es mitología
de cuanto no ocurrió ni ocurrirá.

martes, 23 de septiembre de 2025

El triunfo del adiós

Ravel: Pavana

Aún

Oigo el ruido del cielo al caer: como una cripta
sobre la noche inmensa de tus ojos; 
y arde en mi corazón un dolor frío
que todo lo convierte en muerte y ruinas.
La bruma oculta tu silueta, el índigo 
color de las estrellas armoniosas 
dibuja una pantera en la montaña
y el mar tributa un oleaje al vértigo
mientras el sol entona un madrigal.
Una rosa se embriaga de erotismo.
La majestad del llanto y sus arcanos
me empujan hacia el fin de la esperanza.
Todo fulgor desaparecerá.
Pero escucho tu risa y vuelve el canto.

domingo, 21 de septiembre de 2025

El choque de los cuerpos (La construcción del poema)

    El choque de los cuerpos

          1. Un misterio sin máscara.-   El amor es el único misterio cuya incógnita no existe. Es decir: que no es un misterio. El hombre se ha preguntado por qué ama sin considerar que la palabra amor y la palabra hombre, como especie o género “animal racional”, son dos sinónimos. Por naturaleza, el animal siente atracción por sus semejantes, necesita su contacto: es la sensualidad lo que define su convivencia. Se rige por la animalidad y no sufre traumas porque no amputa ni castra sus necesidades. No obstante, al aparecer en el animal humano el último órgano biológico, la racionalidad, esta condujo el cuerpo y la mente animales del hombre por los mejores caminos de la existencia que supo discernir de entre la información que llegaba a su cerebro. Pero la información de ese incipiente cerebro inteligentemente sensibilizado no siempre era correctamente computada, con lo que los silogismos de la novicia racionalidad, sobre todo al tribalizarse, fundamentados en débiles premisas, a menudo desacertaban en sus conclusiones. De ahí que la Historia sea la relación de unos principios que se autocuestionan y reciclan en cuanto aprendices de sí mismos. 

El hombre es un ser en continua evolución porque es un ente en perenne ansia de autoperfección. Ama porque se ama. Se entrega al otro cuerpo y la otra mente porque necesita ser tocado y sentido, ser pensado y recibido. El amor es la satisfacción de la aceptación y la entrega. El beso, la cópula, son las señales por las que el cuerpo y la mente se dicen a sí mismos que la sensualidad, la vida, se cumple como ordenan los cánones, los genes. El amor es una razón genética que la racionalidad social ha desnaturalizado y problematizado. Cuando un hombre o una mujer preguntan “¿por qué amo?” están pidiendo desde la inocencia olvidada una responsabilidad a las formas del pensamiento religiososocial que tan impunemente han ejercitado su ponzoña castradora de la verdad del corazón, al que han culpabilizado por no reprimir su espontánea naturaleza.

            Mary Shelley, a los 16 años, escribía: “...sintiéndome realmente viva, amada”. Y no se equivocaba en su identificación de vida con amor. Porque el amor es la confluencia de sentimientos y pasiones, fiebre tumultuosa y espasmódica que solo halla descanso al consumirse en el fuego que la incendia. La imantación recíproca que ejercen la masculinidad y la feminidad es la prolongación de la fuerza genesíaca del macho y de la hembra que liberan su energía agresiva en el orgasmo, liberación imprescindible para el mantenimiento del equilibrio biológico. El ser humano ha heredado de ese vigor fungible la necesidad de perpetuación como aceptación por parte de la Vida de que el “ser sexual” (porque, sin duda, la identidad de la especie “homo sapiens” es la de “ente sexual pensante”, “ente perpetuador de sí mismo”, antes que ninguna otra cosa) es un ser que se realiza y cumple con su significado cuando forma parte de la cadena de la supervivencia: cuando mediante la eyaculación y recepción del semen -la fertilización- se prolonga en el otro, que es un yo inmerso en la inconmensurable carrera de relevos que es la existencia y es la Humanidad. Porque en los genes se agrupa la materia, la sustancia, la esencia. Véase cómo, exaltando la sexualidad, el amor nace de ella, en este poema de Diego Torres

Dama de la mirada luminosa: 
cómo golpea el viento tus caderas 
desnudas junto al mar 
que guarda su fulgor color bajo tus párpados; 
arrecifes de luz rasgan tu piel 
y te abrazan las olas 
persiguiendo la cópula infinita. 
Tus pies errantes trazan en la arena 
huellas de antiguos peces, 
sirenas diluidas, geometrías, 
fábulas de coral, astros de fuego. 
Hay en tus labios pájaros, 
frutos y laberintos. 
Te persigue el océano amoroso, 
la lluvia interminable te persigue. 
En tus ojos la noche 
se llena de caminos: 
mientras gira la luna 
-doblándose en tus senos-, 
tu cabello derrama su azabache 
sobre mi rostro: y nazco 
cuando llega el amor desde tu sexo.

            Ahora bien: cuando la inteligencia necesitó crear la reglamentación social y de esta se derivó la intolerancia, lo que era pura biología, estado natural y orden sin caos, se vio afectado por la razón, represora o controladora. Y propuso un orden generador de caos, porque la animalidad entró en conflicto con la racionalidad. Entonces se bifurcó la mente bajo el peso del cuerpo: se espiritualizó para sobrevivir o mantener vigentes, aunque clandestinados, los instintos sicofísicos desterrados al subterráneo de la conciencia: y la concupiscencia se convirtió en sublimación, inalcanzabilidad, trovadorismo, misticismo: al fin y al cabo, ancestrales eran los ritos religiosos a la fecundidad agrícola y humana (y así lo grita el ritmo genesíaco de “La sacré du Printemps” de Strawisnki), y la carnalidad fue considerada un agravio, un pecado, un ostracismo y un tabú. Pero ese estado de sonambulismo no pudo resistir la presión de su propia esencia: la salacidad; y abrió una grieta en el muro infrangible en apariencia: y el sexo se levantó como un tirano, cuando no era sino naturaleza, y se mixtificó y masoquizó y sadoquizó en forma de aberraciones divinas y diabólicas, consecuencias y fugas de la auténtica aberración sexual, la castidad, fruto de las ideologías represoras conversas en sectas eclesiásticas que confundieron “siquis” con alma divina y, pretendiendo salvaguardarla, la torturaron al impedirle manifestar su interrelación con el cuerpo. “El cantar de los cantares”, el “Cántico espiritual”, “Saló”, “Las once mil vergas, “La máquina de follar” y tanta literatura erótica son textos que reflejan la huida como liberación de ese laberinto. Hay un conflicto entre el cuerpo y el ánima suscitado por el enfrentamiento entre la naturaleza y la cultura. Y como el ánima forma parte del cuerpo y este de aquella, su interrelación provoca una esquizofrenia emocional. Sin embargo, hay que darle al cuerpo lo que es del sexo y al espíritu lo que es del amor. Porque el amor es la magia que nos permite creer -demasiado efímeramente- que algunos seres humanos son dioses: la amada, el padre, el hijo, el héroe. Pues el corazón es el más hermoso de los egoístas: está diciendo siempre “¡Quiéreme!”. Y necesita chocar los cuerpos para reconocerse amado. El tacto es su carné de identidad.

        2. El cuerpo como palabra.-  Giulietta Guicciardi, todavía doncella y, por tanto, guiada por un impulso instintivo, definió así el amor: El amor es un sentimiento impalpable que te empuja al deseo de palpar. Eso es amor: incitación y excitación, sentimiento y pasión. Cuerpo y espíritu, tacto y contacto. El amor no se contenta con distancias, suspiros, sutilezas desmaterializadas. Que esto de ser platónico y honesto / más parece que amor filosofía, dice, diestramente, Lope
             Vivimos en un mundo que ha desterrado la expresión de los sentimientos al rincón de las debilidades. La filosofía machista tiene como premisa que la fuerza es lo que importa, que la sensibilidad es un afeminamiento, que sentir está bien para las mujeres, los niños y los débiles. Por eso los rostros se muestran duros, famélicos de gestos, hambrientos de una gestualidad serena y apacible, coléricos o amargos. Pocos ojos nos miran sin esquivas miradas, sin retorcidos síntomas, satisfechos de lo que ingresan las pupilas y la piel en la mente. Pocas miradas son el espejo de una personalidad completa, sin resquicios, sin hambres, sin huecos afectivos. Casi todos ocultamos y deterramos el niño que somos, nos avergonzamos de él. Y ese niño interior patalea reclamando su vida emocional. Sus puntapiés y gritos mueven el corazón y nos provocan terremotos mentales. Ser adulto significa haberse convertido en suicida inconcluso del niño que fuimos. Y esa sinrazón y asesinato de la sensibilidad, que marca el presente como una vida aséptica, se proyecta hacia un futuro en el que sentir, tanto como pensar, será, también una insoportable aberración. “Un mundo feliz”, “Farenheit, 451” o “1984”, por ejemplo, presentan sociedades futuras regidas por la exacerbación de esa insensibilidad como única emoción. Lo recuerdo porque muchos libros de “ciencia-ficción” tienen más de ciencia emocional empírica que de ficción gratuita.  
            Todos estamos esperando llenar el hueco del afecto: por eso quienes saben decir y saben actuar hacen soñar, siembran los corazones de esperanzas, enamoran por donde pasan, porque muchos atilas han pasado por el mundo matando las caricias, desertizando el corazón impunemente. “Te quiero porque sé que me quieres y me necesitas”, escribe George Sand; es decir: que lo que amamos es que nos amen: por eso quien dice amar enamora.
         El amor es el origen. Es causa y consecuencia de la existencia. No distingue clases sociales, ni edades, ni reglamentaciones. Cada lector lo sabe por su propia experiencia. Y ahí están los empirismos de los otros, quienes los anotaron para constatarnos su universalidad: Hombres, aves y bestias compañía quieren siempre, / y mucho más el hombre que todas las criaturas, / pues quiere en todo tiempo sin seso y sin mesura”, confirma el “Libro de Buen Amor”. Y el “Libro de Alexandre” entiende el erotismo como un estado jubiloso: 
El mes era de mayo, y era un tiempo glorioso ...
mozas y viejas iban metidas en amores,
cogiendo por las siestas en los prados las flores.
             El corazón siente, el cuerpo desea: el amor es ternura y es pasión. Quien niega el propio cuerpo es que no siente el corazón del otro, el otro cuerpo. Rechazarse los cuerpos significa no sintonizar los sentimientos, fracasar la atracción, indispensable para el encuentro erótico y el enamoramiento. Negar el beso o el coito es confesar la ausencia de pasión y sentimientos. Pueden juntarse los cuerpos sin amor. Pero el amor siempre une los cuerpos. (El “homo eroticus” incluye al “homo sexus”, aunque éstos no impliquen siempre al “homo amoris”). Esa dicotomía o sintonía, hijas de la naturaleza, esa reciprocidad o adversidad, carnal o espiritual (mental al fin, pues la siquicidad es la única fisicidad) no siempre ha seguido el camino diestro que le era conveniente y necesario. La sociedad y sus estrábicas liturgias religiosas y mundanas han entorpecido, zancadilleado y perseguido el natural discurso de las conductas amorosas. 

          3. El diablo en el infierno.-  La ligazón natural entre el júbilo del amor y el dolor por su ausencia, como sentimiento gozado y deseado el uno y como desazón padecida -no masoquizada- el otro, aparece en su pureza (tras la hermosa y edénica historia de “Dafnis y Cloe” que Longo nos legó) en los primeros documentos líricos de nuestra literatura: “Mi corazón se va de mí / y grande es mi dolor por el amado./ Enfermo está mi corazón. ¿Cuándo sanará?”, gime una mujer en una “jarcha”. Tal autenticidad y genuinidad emocional, tal claridad expositiva, sin inquisiciones ni tabús, desaparece cuando la pluma judeocristiana escribe su laberinto culpabilizador y verdugal en el corazón y la mente del pueblo y, por tanto, del poeta. Así, mientras el clérigo Berceo condena santamente (y por eso, en el laberinto de contradicciones, la perdona) a una monja embarazada, el otro paraclérigo de Hita, hijo pródigo y prófugo de la Iglesia, misoginias y machismos epocales aparte, ensalza, justifica y explica la carnalidad: “Aristóteles dice, y es cosa verdadera, / que el hombre por dos cosas trabaja: la primera / para hallar alimentos, y la segunda era / para poder juntarse con hembra placentera”. Que el amor es impensable sin el sexo o que éste es imprescindible y está en la conciencia biológica lo muestra el aya de Julieta cuando le dice: “Cuando seas mayor te quedarás de espaldas”; y John Donne, al preguntar: “¿Qué mejor cobertura contra el frío necesitas que un hombre? Bocaccio se burla de tanta pantomima enmascaratoria de la líbido o disfrazatoria de espiritualismos contando la aventura -la mixtificación- del alma que ambiciona un paraíso futuro a través de un infierno presente mediante la peripecia y el éxtasis coital, por otro nombre orgasmo, de la joven Alibech. Copio libremente algunas líneas de “El Decamerón”, tan sabroso para mi adolescencia:  
      Una hermosa muchacha, que no contaba más de catorce años y era la inocencia misma, preguntó cierto día cuál era la mejor manera de servir a Dios. Le dijeron que aquellos que deseaban ir al cielo con toda seguridad renunciaban a las vanidades y los placeres del mundo y se retiraban a la soledad de los desiertos. La muchacha, una buena mañana, sin darle cuenta a nadie, se puso en camino y halló a los pocos días una choza en la que un santo solitario, maravillado al verla, le preguntó qué buscaba. Era el nombre de aquel ermitaño Rústico, quien no desconfiando de su propia virtud, dio cobijo a la joven. 
         Cuando llegó la noche, dispuso en una esquina  de su celda un pequeño lecho de hojas de palmera, y dijo a la muchacha que descansara allí. Pero, a pesar de su mucha virtud, el piadoso eremita sintió pronto el aguijón de la carne y quiso librarse de la tentación recitando oraciones. Aunque todo fue inútil. La juventud, la belleza y lozanía de Alibech consiguieron subyugarle. 
          No pudiendo evitarlo, ya no pensó sino en el modo de satisfacerse sin hacer perder a la joven la buena opinión que ella tenía de su religión y su virtud. Así que habló con ella hasta que se convenció de que no sabía qué cosa fuera el mal. Y pensó encubrir sus deseos carnales con el manto de la devoción. Díjole que el diablo es el peor enemigo de la salvación de los hombres y que la obra más meritoria consistía en volverlo a los infiernos, lugar al que el Señor lo había condenado.
   -¿Y cómo se hace eso?-.
   -Ahora lo verás- contestó el padre Rústico-. Haz lo mismo que yo. 
            El ermitaño se desnudó, y la ingenua hizo lo mismo. Él se hincó de rodillas, cual si fuera a adorarla, y la puso ante sí. Tan cerca y deseante, ante tanta hermosura y juventud, se produjo en el santo la resurrección de la carne. Alibech, muy asombrada al ver el péndulo vibrar, le dijo : 
    -¿Qué es eso que se yergue, que se mueve y avanza, y que no tengo yo?
    - Es el diablo, hija mía, del que acabo de hablarte. Mira cómo tortura, casi no puedo ya con el mal que me hace.
    -Alabado sea Dios, pues yo tengo más suerte, y no tengo semejante diablo.
   -Pero tienes, en cambio, lo que paz me daría. Tú tienes el infierno. Tal vez Dios te ha enviado para salvar mi alma. Pues si permites que entre mi diablo en tu infierno, me salvarás y harás la obra más excelsa para ganar el cielo, pues dices que a eso vienes.
   -Si es así, y si yo tengo un infierno piadoso de vuestro mal, meted cuando queráis vuestro diablo en mi infierno.
   - Y que Dios te bendiga. Vamos, pues, a meterlo y que me deje en paz.
             Y Rústico llevó hasta uno de los lechos a Alibech y le dijo cómo debía ponerse para apresar mejor al maldito diablo. La joven, que nunca había hecho tal, se sintió dolorida ante la cólera diablesca y sus acometidas. 
  - En verdad que muy malo y enemigo de Dios debe de ser el diablo,  que incluso en el infierno produce tan gran mal. 
  -Tranquilízate, niña, que no será así siempre.
           Y para domar a aquel demonio lo introdujo seis veces en el pequeño infierno hasta que su soberbia declinó y se humilló, dejando por el resto del día tranquilo al pobre Rústico. 
          En los días siguientes, muy devotos de la divinidad, reanudaron la guerra cada vez que el diablo se levantaba en armas, de modo que Alibech empezó a sentir un placer en aquel rito y rezo.
   - Razón tienen las gentes cuando dicen que nada hay más gozoso que de Dios ser devoto, pues nunca otro placer más grande he yo sentido que este que experimento metiendo una y mil veces en mi infierno tu diablo. De donde se deduce que quienes no se ocupan en agradar a Dios son muy grandes imbéciles.
           De esta manera era ella quien se acercaba a Rústico pidiéndole rezar y a Dios servir metiendo muchas veces el diablo al infierno. Y no entendía cómo, a veces, el diablo rehuía el infierno, porque éste era feliz de tenerlo muy dentro. Y es que el muy santo Rústico, alimentado de raíces y no tan vigoroso como la devoción de la joven precisaba, decaía y se desfallecía; y Rústico explicaba que el exceso de rezos era ambición y que tampoco había que ensañarse con tan gran pecador como el diablo era, porque al fin era humano y merecía piedad. Que había de castigársele cuando se alzase en cólera, y que, gracias a Dios, tan castigado estaba que no necesitaba más castigo por un tiempo. 
          Alibech insistía, entregada a sus santos deseos de dar placer a Dios apagándole el fuego a aquel diablo que tanto había encendido su infierno, cada vez más ardiente y precisado del líquido que a su vez lo apagase. Así que dijo a Rústico :
  - Si vuestro diablo está tan castigado que ya no os atormenta y no queréis rezar, yo debo seguir sirviendo a Dios, que tengo una sed inmensa de aplacar este infierno metiendo en él cuantos diablos hay en la tierra toda. De modo que me voy a extinguir la desazón que siento, que sin duda se debe a que Dios me castiga por no matar diablos. Y juro a Dios matar a cuantos halle, con lo que ganaré el placer de ganarme los cielos.
             Y Alibech se marchó dejando a Rústico turbado, triste, alegre. Y dícese que hay en el mundo tantos diablos buscando infiernos en los que aplacarse y tantos infiernos buscadores de diablos, que Dios está contento de ver cómo su religión se extiende y crece y fructifica por campos y ciudades, desiertos y poblados, y es todo el mundo ya un inmenso templo en el que todos rezan la oración más gozosa, que es, claro está, como Alibech y Rústico, la de meter el diablo en el infierno”.

          Y bien: ¿Qué aprender y aceptar de esta historia, además de su ingenioso humor, sino que la naturaleza se disfraza de engaño para devolver a los cuerpos lo que les pertenece, su naturalidad, su equilibrio biológico que moralismos y conveniencias sociales, reguladores de la fertilidad, pero no por eso justificados para ser condenatorios de la sexualidad, han pretendido castrar o convertir en tabú, pecado, castigo incluso? La destreza de los legisladores ha consistido en convertir, para las mentes de las que se cuidan, un acto natural, el sexo, en un artificio añadido al amor por las malas conciencias de allende las fronteras donde ni Dios ni Patria ni Caudillo eclesiástico existían, sino el mal y el desorden gobernando las calles de la carne, materia tan fungible como necesitada de erosión. Ésta es la divisa olvidada: “Mens sana in corpore sano in anima iocunda”.


sábado, 20 de septiembre de 2025

El éxtasis

Beethoven / Liszt / Gould: Sinfonía Pastoral

El éxtasis

Cada vez que yo entraba en aquel cuerpo
sentía que un fulgor iluminaba 
mi corazón desde la oscuridad, 
y el rostro de la luz era un vestigio
del paraíso ignoto de mi infancia. 
Algo así como un dios resuelto en lumbre 
fue tomando la forma de mis sueños, 
y un castillo interior me dio cobijo 
entre lanzas y espadas de cristal, 
en tanto una pantera azul alzaba 
su fogoso vigor: su sortilegio. 
Luzbeles y satanes en concordia 
se invistieron de magia inexpugnable 
y todo fue armonía.


viernes, 19 de septiembre de 2025

Guerra en la paz

 Holts: Los planetas. Marte.


Suelen decirme que tengo una visión pesimista de la existencia. Bien que lo siento, y contra ella he luchado. Pero desde el momento en que son innumerablemente más numerosas las filosofías pesimistas que optimistas, más las pinturas tenebrosas que las iluminativas, más las elegías que las odas, más las catedrales que los arcos de triunfo, más los hambrientos que los saciados, más los requiems que los cánticos, más los mesías que las jaujas, más las promesas que los hechos derivados de ellos, más la impunidad que la sanción, más los desengaños que los sueños, más los creyentes que las utopías practicables, más los que quieren entontecer a la muchedumbre que los que se esfuerzan por educarla, más los que pretenden triunfar incluso pisando a los caídos que quienes les ayudan a levantarse, menos las esperanzas que las aguirres... y más los muertos a consecuencia de las guerras en el último siglo que la suma de cadáveres en los dos milenios anteriores... me atrevo a decir que es el mundo el que ha creado ese autorretrato, y no yo tal visión.

El hecho mismo de que la justicia necesite leyes y castigos para mantenerse en pie indica que es preciso corregir el mundo de su pulsión destructiva.

Este mundo es más un locus horribilis que un locus amoenus. Y la búsqueda del paraíso en la vida, en las ciencias y en el arte simplemente lo confirma.

Ahora bien: ¿dejaremos que a esa hecatombe del pensamiento emocional se sume la traición de los políticos?
2615

jueves, 18 de septiembre de 2025

El abrazo imposible

Voz: Manuela García

Una mujer azul entró en la vida de un hombre oscuro. Este no esperaba tal intromisión y, menos, que tal encuentro alteraría su vida. Tanto que fue abandonando los juegos amorosos de su larga existencia y enamorándose lentamente de la mujer azul. 
     Y empezó a sentir, entrelazados, gozo y miedo porque nunca había experimentado esas sensaciones que acompañan al primer amor: gozo porque el corazón se enciende y sueña con edenes, convierte a la amada, o al amado, en centro del universo; miedo porque amar entrañablemente conlleva el temor a perder el paraíso hallado.
     Así, unas veces se entregaba a las dulces fantasías de la felicidad, y otras se mostraba irónico, sarcástico, diablesco, a fin de resultar detestable y alejar a su amada tanto como los alejaba la distancia y el carácter que los separaban. Ella era dulce, sencilla, vivía entre las flores igual que una flor más; él era laberíntico, escéptico, vivía entre los crisantemos semejante a uno de ellos.
      En resumen: el hombre oscuro perdió a la mujer azul y continuó viviendo en el infierno de su confusión porque no supo apreciar el cielo que se le ofrecía. Un día -como hoy- le escribió unas palabras- como estas- que jamás le envió porque sabía que ya era demasiado tarde. También porque -admitió- no merecía aquel diamante y este era digno de fulgir en el más noble de los corazones con que se encontrase.
     Dice el Juglar que El Diluvio no dejó tantas lágrimas como su tristeza.


miércoles, 17 de septiembre de 2025

150 de Ravel.- Pavana.

Ravel / Entremont: Pavana

De entre las muchas y grandes obras de Ravel, enriquecidas por su orquestación, es la íntima delicia de la Pavana para una infanta difunta la que más amo y me ha acompañado durante casi toda mi vida.
La levedad del piano expande una melancolía -irreductible en mí porque tal vez en ella se reencarna Oniria-. La cadencia insiste en un obstinato tan triste como aristocrático, como una elegía insinuada que rehúye toda onstentación:


En nadie pensó Ravel al componerla, pero es como si hubiera sido escrita para Ofelia y sus iguales:



He aquí la versión orquestal dirigida por Reiner: los diferentes instrumentos van sucediéndose al entonar la melodía pianística, si cabe, más delicuescente:

Una versión grabada como homenaje a Lady Di:




La versión vocal grabada para el mismo homenaje:



Su fúnebre lirismo no ha pasado desapercibido para la modernidad, que ha utilizado su melodía para ilustrar la muerte social, como en esta adaptación de William Orbit:




martes, 16 de septiembre de 2025

Lecturas medicinales.


Schumann: Canción nº 5 sobre Eichendorff
                                    
       Un libro es bueno cuando quien más gana con él es el lector. No el librero, ni su autor: el lector, que sale de su lectura más noble, más sabio, mejor orientado. Al margen de sus categorías literarias, hay libros imprescindibles que deben ser leídos porque han añadido algo al mundo y a los hombres, y porque sin ellos el mundo -el hombre- no sería aún lo que es.
      Inmersos como estamos en la resaca de una cultura judeocristiana, en la que el sentimiento de culpa y el autocastigo son raigales del inconsciente colectivo y de nuestros comportamientos, se necesitan exorcismos que nos devuelvan la naturalidad de la alegría, la conciencia limpia y responsable para gozar los frutos de la existencia, sin que ningún Pepito Grillo nos persiga. Necesitamos restituir como principio de identidad la espontánea bondad y generosidad del corazón humano. 
     Nuestras personalidades se van formando por la repetición de actos cotidianos constituidos en hábitos. Si un hábito ingresa en nuestra cuenta corriente sicológica sensaciones agradables, nuestra conducta se revela relajada y comunicativa. Si, por el contrario, alimentamos nuestra mente con sentimientos espinosos, seremos pasto de las depresiones. Tristemente, la malversación, durante siglos, de algo tan enraizado en la sociedad como el contenido de los evangelios nos ha embutido en un laberinto de culpas y redenciones que tienen como referencia el sufrimiento. Mucho deben a las iglesias los siquiatras, cuya tarea consiste en devolver las mentes a un estado de inocencia primigenia -fundamentalmente: mostrar que las leyes morales tergiversan a menudo las leyes naturales-, estableciendo hábitos y terapias que anulen los estados emocionales enfermizos. Se trata de sustituir la conciencia del miedo a vivir -que tiene su causa en el delito calderoniano de “haber nacido”- por la “joie de vivre”, la alegría de vivir a pesar de las incertidumbres de la vida. ¿Y qué mejor terapia que acostumbrar los ojos -que son los inversores más activos de la cuenta corriente de nuestra autoestima- a unas palabras jubilosas sobre la verdad de la existencia, a unas páginas recordatorias de los dones del vivir, mientras la sombra de un árbol o de un toldo nos preserva de los rigores del verano? Qué alegría para los sicoterapeutas: contemplar sus consultas vacías porque unos hombres extraordinarios escribieron unas cuantas palabras que constituyen la mejor medicina para los melancólicos.

Leger: La lectura

     Muchos libros hay, afortunadamente, que son médicos inmejorables porque alientan y enseñan a mirar de otra manera. Nos hablan esos libros de la extensión innumerable del corazón humano, de la profundidad del amor, de la solidaridad universal, de la búsqueda de un paraíso en este mundo, de la conquista de la felicidad no como un cielo extraterrestre sino como una tierra pisada, amada y sufrida por los hombres. Son obras nacidas a pesar de esa consigna del dolor, y sus autores la vencieron y la sustituyeron por la templanza y por el gozo; si no, serían probablemente euforias gratuitas. Muestran el crecimiento que hay desde la desolación más absoluta al entendimiento honorable del mundo y a una manera de sentir la vida alentada por el positivismo, el júbilo y la juvenilidad: el verdadero sursum corda. Ese paso de un existencialismo derrotista a una exaltación de la existencia es el legado de esos hombres para el hombre actual. Porque no importa de dónde venimos, ni si llegamos cargados de cadenas; lo importante es que deseemos quitárnoslas para construir nuestra propia libertad; porque nuestra vida no está en el pasado, sino en el porvenir. Y éste también se construye con hábitos. Por ejemplo, los de convivir diariamente con armoniosas reflexiones ajenas hechas nuestras. Abra el lector -para empezar, y por ejemplo- el “Canto a mí mismo” de Walt Whitman, o las “Alturas de Macchu Picchu”, de Neruda, y sentirá que recupera un mundo que le robaron hace tiempo. 
          Saber vivir no es más que saber cambiar de vida: de modos de sentir, de formas de pensar, de maneras de actuar. Aprender a mirar de otra manera. Y en los aparentes desiertos de las páginas de un libro se encuentran los paisajes más hermosos del planeta. Y oasis como inmensos océanos de agua pura para las mentes confundidas.