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martes, 26 de junio de 2018

Mª Dolores Rodríguez G: Unas palabras sobre Antonio Gracia

Schumann: Segunda Sinfonía (Adagio)


Mª Dolores Rodríguez G: Unas palabras sobre Antonio Gracia

Antonio Gracia fue durante muchos años el alma poética de un grupo de aficionados a la literatura y la poesía. Y lo era no sólo porque les aventajara en edad y conocimientos sino también en algo que era para ellos el valor máximo de un poeta: su inconformismo
     En el poema: La irredención, de su obra, “Lejos de toda furia”, nos dice el poeta.
                 Durante muchos años me salvó de la muerte 
                 la fe en que el sufrimiento era el fiero tributo
                 que la existencia exige al auténtico artista.

     El sentido dramático de la vida adquiría en él tintes casi místicos. No en vano había estudiado en Salamanca, donde fue profesor Unamuno, el filósofo del sentido trágico de la vida.
     Lo enigmático de su personalidad nos atrajo a su alrededor, ya que en él vimos reflejados los más oscuros y seductores abismos de la sensibilidad, del erotismo sublimado en versos y de la irrespirable belleza del culto poético de la muerte.
     Antonio ha elevado el dolor y el sufrimiento a la categoría de géneros literarios, y hacía rendir tributo a quienes, como él, pensaban que en la poesía se condensa lo agónico de un amor imposible a la belleza; pues, ésta se hallaba justo al otro lado de un mar turbulento y tenebroso sometido a las tempestades del deseo y de la insatisfacción.
     Antonio no era ni es un poeta porque haya escrito versos, sino que los ha escrito porque su alma es esencialmente poética, y ese era y es  su don, la palabra como mástil de la nave hundida del yo, al que la voluntad puede aferrarse como única idea salvadora.
     Era un tiempo en que necesitábamos construir una fe, y en Antonio hallaron algunos el reflejo y la sombra de sus límites. Me refiero, por ejemplo, a los hermanos Ferrández Verdú, Blanca Andreu, Pepe Aledo, Fernando Sánchez, J. A. Muñoz Grau, M. Susarte… Renacía así la tradición literaria en Orihuela. Wagner, Schumann, Liszt, la música y la poesía estaban hechas de la misma sustancia, era el lema que imperaba en su ambiente. El origen de la tragedia buscado sin descanso por una mente en perpetua hostilidad contra sí misma, un don Quijote autocrítico, y emboscado en el laberinto construido por su propia sed de absoluto. 
     La vida como sacerdocio del arte que, desde Flaubert, Wilde o Sthendal, había sustituido en el corazón del hombre sensible a cualquier otra idea de entrega total al sentido de vivir. Yo misma andaba muy satisfecha porque había encontrado un autor que ellos no conocían: Robert  Musil. 
     La música, la noche y la poesía fueron en todos ellos desde el principio los ejes de una lucha feroz contra el mal absoluto, el mal de la conciencia.
     Pero la juventud del poeta se salva por el amor o no se salva.
     Era menester, como Baudelaire, estar borracho de amor, de vino o de poesía
     Antonio es ante todo un poeta erótico, amoroso, que ha  transcendido de la metafísica del verso a la humanidad del sabio.
     En el poema Retrato de Lope de Vega, de la obra citada, nos dice:
                      Solo en la inmensidad del universo,
                      bajo el párpado azul del alto cielo,
                      el corazón tan solo halla consuelo
                      en el cuadro, la música y el verso.

     En el amor está toda la oscuridad del  alma y la luz.
     Su carrera se detuvo en un puerto y sólo halló la serenidad, lejos de las tempestades de la juventud, a lo largo de años de reflexión íntima, quevedesca, o frayluisiana, cuando al amor sucedió la bondad como aspiración más universal a la que la inteligencia y la sensibilidad pueden aspirar. Y es por esa bondad por la que Antonio está entre nosotros. Muchas gracias, querido amigo.
                                                              Mª Dolores Rodríguez G.
                                                            Orihuela-Bigastro, 20-VI-2018


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