Aquella noche todos se reunían para darse lo que quisieran darse diariamente y el mundo había trepanado de la sentimentalidad: afecto, amor, la solidaridad del corazón. Él, por los laberintos que surgen en la vida, había vivido al margen de los otros y no los culpaba, ni a sí mismo se inculpaba. Vivir solo y estar solo eran una opción y un destierro. Pero -se dijo- sobrevivir no es lo mismo que convivir; somos como nos han hecho y son como los hacemos. No hay culpa, solo causa. La naturaleza social ha suplantado a la naturaleza natural y el yo público oculta el yo íntimo; el abrazo ha sido derrotado por el aplauso. Todos carecemos de lo que más deseamos: la riqueza interior. Sin embargo nadie hay tan pobre que no pueda dar amor, ni tan rico que no quiera recibirlo. Pero la ceguera mental es la peor enfermedad del ser humano.
Recordó la frase de Rousseau: "Heme aquí, pues, solo en la tierra, sin más hermano, prójimo, amigo o sociedad que yo mismo".
Así que se sentó junto a su amada La Música y esperó no sabía qué.
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