LIII.- El beso irrepetible
Cuánta dicha te debo, amada mía.
Yo sentía tan solo desolación y niebla.
El mundo era un océano en el que naufragaba
y tú fuiste la isla que salvó mi existencia.
Por ti mi corazón se llenó de canciones
y mi vida se fue transfigurando
en manantial de luz y mágico sosiego.
Dónde estarás ahora, sin saber
cuánta dicha te debo, amada mía.
¿En qué esquina del tiempo nuestras manos
dejaron de cruzarse y nos perdimos
el uno para el otro? ¿Acaso no sabemos
que solo una vez se ama y luego solo
ansiamos repetir aquel amor?
¿En qué otros nos buscamos sin hallarnos,
en qué hombre o qué mujer
volveremos a hallar a quienes fuimos,
si ni siquiera yo te encontraría
ni tú me encontrarías
aunque nos entregáramos de nuevo
los cuerpos y las almas
queriendo reanudar aquel embrujo?
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