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jueves, 1 de julio de 2021

Poemas en Akra Leuka: Hernández


Grieg: Canción de Solveig


Querido SESCA:

Daba por terminados mis akraleukismos; pero acabo de ver tu nota feisburguesa. 

Me preguntas por la resiliencia del soneto de Miguel Hernández. Mi respuesta es que, como apunto ahora a bote pronto, carece de ella.

Hernández asume la identidad del toro como ser sufriente y predestinado a sufrir, en un entendimiento del dolor como consecuencia inevitable de la concepción del amor, principalmente durante el barroco, elevado al segismundiano sufrimiento metafísico; Segismundo, como todo ser viviente cristológico, nace para sufrir porque la divinidad eclesiástica así lo ha decidido: "pues el delito mayor / del hombre es haber nacido", concluye Calderón; y "como el toro he nacido para el luto / y el dolor", afirma Hernández; eso no empece que, varonilmente, machistamente, caupolicanamente, el toro, el hombre de la España toril, se rebele como un Luzbel contra su destino y la dictadura de los dioses: "como el toro me crezco en el castigo". Hernández, ante esa embestida, embiste simplemente a quien le embiste. Cerrilmente, como hombre de su mundo.

La cuestión se complica cuando el embravecimiento ante la adversidad (no confundir esta rebelión del ser predeterminado a la esclavitud con la superación resiliencial) se paraleliza con la condición amorosa del amante desdeñado y dolorido: el macho poseedor del fruto en la ingle, por muy bravío que sea, termina lloroso o quejumbroso ("vendaval sonoro") y derramando el corazón por la lengua al sufrir el espadazo del desdén de la amada y la muerte inexorable de la condición mortal de la existencia. Si algo enturbia el soneto, en su afán de semejar los doloridos toro-amante y vida-amor, es el forzado segundo cuarteto, necesario solo porque el autor estaba escribiendo un libro de sonetos. 

El verdadero poema resiliente hernandiano es el de "Antes del odio"; y aquel otro, de versos dactílicos, "Yo que creí que la luz era mía..."... En ellos sí hay un crescendo hacia la luz. Entonces, sí: en los años finales, cuando Miguel Hernández prefirió escribir como un hombre para los hombres y no, espuriamente, como un poeta para los poetas. 

Aquí traigo los tres, corregidas algunas makarrubieces de los copistas internéticos (mañana lo revisaré):

pulsar para ver

El amor en Hernández

1)
Como el toro he nacido para el luto 
y el dolor, como el toro estoy marcado 
por un hierro infernal en el costado 
y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto 
todo mi corazón desmesurado, 
y del rostro del beso enamorado, 
como el toro a tu amor se lo disputo.

Como el toro me crezco en el castigo, 
la lengua en corazón tengo bañada 
y llevo al cuello un vendaval sonoro.

Como el toro te sigo y te persigo, 
y dejas mi deseo en una espada, 
como el toro burlado, como el toro.


2

ANTES DEL ODIO


Beso soy, sombra con sombra.

Beso, dolor con dolor,

por haberme enamorado,

corazón sin corazón,

de las cosas, del aliento

sin sombra de la creación.

Sed con agua en la distancia,

pero sed alrededor.


Corazón en una copa

donde me lo bebo yo

y no se lo bebe nadie,

nadie sabe su sabor.

Odio, vida: ¡cuánto odio

sólo por amor.


No es posible acariciarte

con las manos que me dio

el fuego de más deseo,

el ansia de más ardor.

Varias alas, varios vuelos

abaten en ellas hoy

hierros que cercan las venas

y las muerden con rencor.

Por amor, vida, abatido,

pájaro sin remisión.

Sólo por amor odiado,

sólo por amor.


Amor, tú, bóveda arriba

y yo abajo siempre, amor,

sin otra luz que estas ansias,

sin otra iluminación.

Mírame aquí encadenado,

escupido, sin calor,

a los pies de la tiniebla

más súbita, más feroz,

comiendo pan y cuchillo

como buen trabajador

y a veces cuchillo sólo,

sólo por amor.


Todo lo que significa

golondrinas, ascensión,

claridad, anchura, aire,

decidido espacio, sol,

horizonte aleteante,

sepultado en un rincón.

Esperanza, mar, desierto,

sangre, monte rodador:

libertades de mi alma

clamorosas de pasión,

desfilando por mi cuerpo,

donde no se quedan, no,

pero donde se despliegan,

sólo por amor.


Porque dentro de la triste

guirnalda del eslabón,

del sabor a carcelero

constante, y a paredón,

y a precipicio en acecho,

alto, alegre, libre soy.

Alto, alegre, libre, libre,

sólo por amor.


No, no hay cárcel para el hombre.

No podrán atarme, no.

¿Quién encierra una sonrisa?

¿Quién amuralla una voz?

A lo lejos tú, más sola

que la muerte, la una y yo.

A lo lejos tú, sintiendo

en tus brazos mi prisión,

en tus brazos donde late

la libertad de los dos.

Libre soy. Siénteme libre.

Sólo por amor.


3)

Yo que creí que la luz era mía

precipitado en la sombra me veo.

Ascua solar, sideral alegría

ígnea de espuma, de luz, de deseo.


Sangre ligera, redonda, granada:

raudo anhelar sin perfil ni penumbra.

Fuera, la luz en la luz sepultada.

Siento que sólo la sombra me alumbra.


Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.

Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles

dentro del aire que no tiene vuelo,

dentro del árbol de los imposibles.


Cárdenos ceños, pasiones de luto.

Dientes sedientos de ser colorados.

Oscuridad del rencor absoluto.

Cuerpos lo mismo que pozos cegados.


Falta el espacio. Se ha hundido la risa.

Ya no es posible lanzarse a la altura.

El corazón quiere ser más de prisa

fuerza que ensancha la estrecha negrura.


Carne sin norte que va en oleada

hacia la noche siniestra, baldía.

¿Quién es el rayo de sol que la invada?

Busco. No encuentro ni rastro del día.


Sólo el fulgor de los puños cerrados,

el resplandor de los dientes que acechan.

Dientes y puños de todos los lados.

Más que las manos, los montes se estrechan.


Turbia es la lucha sin sed de mañana.

¡Qué lejanía de opacos latidos!

Soy una cárcel con una ventana

ante una gran soledad de rugidos.


Soy una abierta ventana que escucha.

por donde va tenebrosa la vida.

Pero hay un rayo de sol en la lucha

que siempre deja la sombra vencida.




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