Pascual Izquierdo
Eirene Editorial
Una pluma contemplativa observa los paisajes del tiempo y, entre nostálgica y airada, construye un carpe diem del pasado que jamás volverá y, por eso, devana una elegía.
Las piedras, los oficios y los hombres anclados en los siglos siguen -allá- difuntos, aunque quiera resucitarlos la palabra. Y lo que queda es el retrato de la devastación, un tempus fugit irrecuperable que da fe de la efímera existencia individual e histórica.
De poco sirve rogar al emblema de la belleza del pasado ("Rostro de doncella") su regreso:
consumido de amor a través de los tiempos (p. 55)
Tal vez por eso, la contemplación se va tornando áspera, satírica, burlesca al oponerla a un presente que considera que "cualquier tiempo pasado / fue mejor" y resulta peor porque la nostalgia solo demuestra que se carece de un presente edénico.
El resultado es la prevalencia de los versos de Quevedo: "Y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte".
Baste el poema "Menú del medievo" (p. 66) para constatar cuanto digo: los elementos del paisaje, físico o histórico, han pasado a ser imágenes de ordenador para turistas internéticos.