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lunes, 5 de mayo de 2014

Mª José BAS ALBERTOS: Por una elevada senda

Por una elevada senda. Antonio Gracia
Vitrubio. Madrid.
Mª José BAS ALBERTOS

Por una elevada senda» es el título del último libro de Antonio Gracia. Destacan en sus páginas, ante todo, la serenidad con la que el poeta se acerca a los temas que trata y la armonía de unas formas que se contienen en los límites del verso blanco y el so- neto. No hay aspavientos ni lamentos en sus versos; tan sólo un meditar sobre la vida que se escapa como un río que fluye hacia la nada. Pero este río que contempla es también un espejo; y en él vislumbra su futuro: 
          Oigo al que fui decirme que existe todavía 
          mientras el que seré dice ser el que soy. 
          La algarabía suena dentro del laberinto  
          en donde la existencia teje su identidad
          El fluir temporal, como vemos, no deja lugar apenas al presente; y aparece, por tanto, entronizado el instante: la medida de la eternidad. Muchos ecos culturales en tan solo unos versos: Heráclito, Jorge Manrique, Quevedo...
          Así es la poesía de Antonio Gracia: sencilla, pero a la vez intensa, con raíces profundas en una tradición que alimenta y renueva. Y no hay que olvidar tampoco esa veta a la que desde el título del libro se apunta: la mística. El impulso ascensional rige su andadura poética y en muchos poemas se percibe ese afán por alcanzar las cimas: el cielo, las estrellas, el sol. Hay que entender, no obstante, que esas cumbres no son tan sólo espacios; son también estados. El poeta busca una iluminación espiritual que lo haga trascender la materia, el cuerpo; e, incluso, las palabras: 
               Y con los ojos cerrados
               abiertos hacia la luz,
               contemplaría los fuegos 
               y los glaciares que agitan 
               el espíritu y lo elevan
               allí donde la pluma se detiene
          La paradoja, que es uno de los recursos más habituales de la mística, no podía faltar en este libro; nos habla, de este modo, de «una noche iluminada» y de una «luminosa oscuridad»: de la noche oscura del alma. Aunque también Antonio Gracia ama la noche porque es sinónimo de libertad: los límites diurnos se quiebran y la imaginación crece a sus anchas.

          Sin embargo, este recorrido que va desde la sombra hacia la luz no está exento de dificultades. Muchos poemas son el recuento de las tentativas fracasadas, porque el dolor, arraigado en el corazón del hombre, impide acceder al goce. Por eso, cuando 
               la luz parece coronar la frente
               de la clara existencia ensimismada 
               en la conquista de la infinitud
de pronto, surge 
               la muerte y su estallido,
               la eclosión bajo el cráneo, 
               la súbita memoria de la nada
Y es que la alegría nace de la naturaleza; de ahí que se pregunte: 
               ¿Qué mueve el universo sino el júbilo,
               germen frutal de la naturaleza?
y diga: 
               Sólo engendra belleza la alegría
               y sólo en la alegría hay claridad
El renacer eterno de la naturaleza nos trae a la memoria otras filosofías y otros poetas. De esta manera, el panteísmo es, en el último poema del libro, la razón de sus anhelos: 
          Aspiro la alegría
          del pájaro y del sol, el árbol y la piedra;
          y el corazón presiente el júbilo del mundo.
          Henchido como un sueño, desciende el firmamento
          azul hasta mis ojos
          y abrazo el infinito. 
          Un manantial de luz derrama sus torrentes. 
          Yo soy el universo. 
         Su proyecto vital y poético culmina en el éxtasis de la unión, aunque no es cantado desde los tópicos amorosos de la mística, ausentes, por otra parte, en esta obra.
Para terminar, podemos decir que esta poesía, que se afirma desde la primera persona como experiencia que vive el poeta, no gusta de excelsos vuelos metafóricos. Y a pesar de la insistencia en los sentidos: la vista –«los ojos se fecundan con la luz/ amarilla y rosada del ocaso»– y el oído –la música de Haendel se escucha en algunos versos y los mirlos «encendidos» levantan «pentagramas en el aire»–, a través de los que el poeta intenta percibir otros órdenes ocultos en la realidad, no hay apenas imágenes o símbolos. La palabra se despoja de los adornos y se purifica también como el poeta.
Sobre el autor:

Entrevista capotiana a Antonio Gracia

Ekaterina Kucherova: Encuesta sobre blogs

Luis Bagué Quílez: Viaje a la semilla

Ana Belén Rodríguez de la Robla: HETERODOXIA Y AGONÍA EN EL POETA ANTONIO GRACIA (I)

Ángel Luis Prieto de Paula: Reconstrucción de un diario

Ángel Luis Luján Atienza: A. Gracia bajo el signo de Eros

José Luis Gómez Toré: Fragmentos de inmensidad

Guillermo Carnero: Libro de los anhelos

JUAN COBOS WILKINS: Poesía como metamorfosis